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miércoles, 2 de julio de 2025
Dark City y la arquitectura del olvido: una alegoría del sujeto posmoderno
A finales de los años noventa surgió una inquietud
recurrente en el cine, la literatura y el arte: ¿y si la realidad no fuera más
que una simulación, y nosotros simples intérpretes dentro de una narrativa
controlada por una entidad superior o narrador omnisciente que juega el rol de
divinidad inalcanzable? Esta pregunta tomó cuerpo en películas como The Truman Show y
Dark City, hasta
culminar, un año después, en The Matrix, epítome del ciberpunk y
destilación distópica del desencanto posmoderno frente a los grandes relatos.
Entre ellas, Dark City
funciona como un puente: comparte con Truman Show el extrañamiento del
protagonista ante una realidad fabricada, y anticipa la rebelión ontológica de Matrix. En las
tres, los personajes son acosados por una misma visión persistente: la urgencia
de escapar. Pero, llegado el momento, cabe preguntar: ¿es la salida una
auténtica liberación, o tan solo otra capa de simulación disfrazada de
libertad?
El argumento central de Dark City gira en torno a John
Murdoch, quien despierta sin memoria en una bañera, dentro de una habitación
sombría. Allí, junto al cadáver de una mujer brutalmente asesinada, comienza su
huida —y con ella, una angustiosa búsqueda por reconstruir su identidad, entender
una misteriosa visión del mar y desentrañar los secretos de la ciudad en la que
habita. Aunque la premisa puede parecer conocida, su tratamiento visual y
narrativo no lo es: el film bebe del cine negro clásico, sumergiendo su relato
en una atmósfera cargada de sombras, neblina y melancolía. En esta estética
reconocemos ecos de Casablanca
o El Halcón Maltés:
calles húmedas, luces oblicuas, y la figura del antihéroe en gabardina que,
como un Bogart perdido en la distopía, deambula entre aliados ambiguos y
fuerzas opacas que manipulan el tablero desde las sombras. Aquí, el noir no es
solo estilo: es una clave para leer el dilema existencial de Murdoch y la
ciudad misma
John descubre que la ciudad está bajo el control de Los Extraños, una
secta enigmática y siniestra que vigila desde las sombras, obsesionada con
descubrir qué es lo que realmente define al ser humano. Con una apariencia que
recuerda a los cenobitas de Hellraiser, estas figuras pálidas y
espectrales operan con una lógica ajena a la moral o la empatía. Persiguen a
Murdoch porque es el único que ha resistido la implantación artificial de
recuerdos, convirtiéndose en una amenaza para la continuidad de su experimento.
Cada noche, justo a la medianoche, Los Extraños detienen el tiempo: la
ciudad se congela, los habitantes duermen profundamente, y ellos reconfiguran
el entorno, modifican las identidades, intercambian memorias y transforman los
escenarios urbanos. Su propósito: observar cómo reaccionan los humanos ante
realidades cambiantes, buscando en esos destellos involuntarios la chispa de lo
que llaman “alma”.
La idea central de Dark City gira en torno a la
amnesia, entendida como una metáfora del hombre alienado: una existencia donde
la memoria, el deseo y la identidad han sido intervenidos por una voluntad
externa. La ciudad se presenta como un espacio vigilado, moldeado cada noche
por Los Extraños,
mientras sus habitantes viven vidas prestadas, rutinas impuestas, sueños
implantados. En este contexto, la noche simboliza una conciencia en letargo, y
la ciencia —lejos de ser liberadora— se convierte en herramienta de dominación.
Estas dinámicas permiten trazar conexiones con Michel Foucault, quien analizó
cómo el poder se ejerce no solo sobre los cuerpos, sino sobre las almas, a
través de la producción de saberes, discursos y subjetividades. También resuena
con Fredric Jameson y su visión de la posmodernidad como una era donde el
pasado se reescribe o se borra, haciendo casi imposible cualquier forma de
resistencia histórica. Finalmente, Los Extraños encarnan lo que
Jacques Derrida llamó el “mal de archivo”: ellos deciden qué se recuerda, qué
se olvida, qué historias de amor existieron y qué traumas persisten,
convirtiéndose en archivistas oscuros de una realidad maleable.
Dark City no solo es una película
de ciencia ficción con tintes noir: es una reflexión perturbadora sobre la
identidad, la memoria y la naturaleza construida de la realidad. En una época
marcada por la ansiedad posmoderna, donde las certezas se diluyen y la verdad
parece una ficción más, el film propone una alegoría oscura del sujeto
contemporáneo: manipulado, vigilado y desplazado de su propio centro. Pero
también abre una grieta de posibilidad. En la resistencia de John Murdoch, en
su negativa a aceptar una vida fabricada, se asoma la pregunta incómoda pero
necesaria: si todo ha sido impuesto, ¿qué significa realmente ser libre? Dark City nos
enfrenta, como espectadores, al laberinto de la conciencia en un mundo donde
hasta los recuerdos pueden ser diseñados, y nos invita a sospechar de toda
narrativa que se nos presenta como inmutable.
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