sábado, 26 de julio de 2025

Lo que aprendí de Jack Reacher (y de mis prejuicios adolescentes)

 

Debo hacer una confesión.
En mi adolescencia solía señalar a los fisicoculturistas como personas narcisistas, obsesionadas con su masa muscular y poco interesadas en cultivar la mente. Desde mi punto de vista de aquel entonces, ser fuerte implicaba, casi por defecto, no ser inteligente. Quizás todo cambió cuando conocí a Flex Mentallo y a Jack Reacher, el investigador creado por el escritor Lee Child, quien ha sido llevado tanto a la gran pantalla como al streaming, con una serie que ya cuenta con tres temporadas en Amazon Prime.

Cameo del escritor en la serie
Con una estatura de 1.90 metros y más de 120 kilos de peso, Reacher —como prefiere que lo llamen— recorre las carreteras de Estados Unidos como un nómada moderno. Un hombre sin rumbo fijo al que, curiosamente, los problemas siempre encuentran primero. Pero, más allá de su imponente corpulencia, Reacher es un agudo observador, un detective sagaz moldeado por las circunstancias: una especie de mezcla improbable entre Sherlock Holmes y un eficiente soldado que se cansó de recibir órdenes y ahora se dedica a hacer justicia por su cuenta. Lo que más odia en el mundo son los bravucones que se salen con la suya. Su motivación es sencilla pero poderosa: hacer lo correcto, cumplir con el deber, y sentir la satisfacción de haber restablecido un poco de equilibrio en el caos cotidiano.

Lo fascinante de Jack Reacher como figura narrativa es que encarna una paradoja: es, al mismo tiempo, un personaje casi mitológico y un hombre ordinario. En cada historia, Reacher aparece como un forastero que se ve arrastrado a conflictos locales —generalmente en pequeños pueblos marcados por la corrupción, la impunidad o el abuso de poder— y, sin embargo, actúa con la eficacia quirúrgica de un héroe clásico. Su fuerza física descomunal no eclipsa su inteligencia; más bien, es complementada por un pensamiento deductivo casi matemático. Lee Child lo construye como un sujeto estoico, con códigos morales férreos y un pasado militar que lo persigue, pero que también le otorga las herramientas necesarias para enfrentar lo que otros no pueden o no quieren.

En la versión cinematográfica interpretada por Tom Cruise, se acentuó el aspecto enigmático del personaje: su paso por las ciudades era casi fantasmal, y su carisma reposaba más en la actitud que en la corpulencia. Aunque Cruise ofreció una actuación sólida, la distancia entre su físico y el del Reacher descrito en las novelas generó críticas entre los seguidores más fieles. La narrativa allí apostaba más por el thriller urbano, estilizado y vertiginoso, donde el protagonista funcionaba como un detective de acción en una trama algo más hollywoodense.

En cambio, la serie de Amazon Prime, protagonizada por Alan Ritchson, parece haber entendido mejor la esencia del personaje. Su imponente presencia física coincide por fin con la imagen literaria, pero lo más importante es que el guion le da espacio para pensar, deducir, observar. Ritchson logra equilibrar brutalidad y sensibilidad con una economía de palabras y gestos que recuerda a los cowboys solitarios del western. La narrativa serial, al tener más tiempo, le permite a la historia respirar: cada caso se despliega con mayor profundidad, los personajes secundarios tienen desarrollo, y el misterio crece con un ritmo más cercano al del noir clásico. Es allí donde Reacher no solo resuelve crímenes: también revela las fisuras de un sistema donde la violencia estructural se esconde tras fachadas de normalidad.

Tal vez por eso Jack Reacher resuena con tanta fuerza en estos tiempos: porque encarna una fantasía de justicia directa en un mundo donde las instituciones parecen cada vez más inoperantes o cómplices del abuso. Es el tipo de héroe que actúa cuando la burocracia se detiene, que interviene cuando la ley se queda corta o está del lado equivocado. Su violencia —aunque letal— nunca es gratuita: responde a un código, a una ética que, aunque rústica, parece más transparente que la de muchos de nuestros sistemas judiciales o policiales.

Visto desde hoy, Reacher no solo es un personaje de ficción, sino un síntoma cultural. Su figura nómada, desarraigada y autónoma habla del deseo contemporáneo de desvincularse del ruido digital, de las jerarquías impuestas, de los lazos vacíos. En él se proyecta una nostalgia por una justicia más simple, menos cínica. Quizás por eso me gusta tanto: porque, aunque sigue siendo un gigante musculoso, también es un hombre que piensa. Y porque en un mundo lleno de discursos ambiguos y personajes tibios, ver a alguien actuar con convicción —aunque sea en la pantalla— resulta, paradójicamente, reconfortante.

No hay comentarios:

Lo que aprendí de Jack Reacher (y de mis prejuicios adolescentes)

  Debo hacer una confesión. En mi adolescencia solía señalar a los fisicoculturistas como personas narcisistas, obsesionadas con su masa mus...