¿Qué pasaría si
existiera un medicamento capaz de erradicar cualquier enfermedad o dolencia del
cuerpo humano? ¿Lo tomarías, incluso si no conocieras sus efectos a largo
plazo?
Este es el dilema
central de Lazarus, la nueva serie animada escrita y dirigida por
Shinichirō Watanabe —el aclamado creador de Cowboy Bebop y Samurai
Champloo—, que nos sitúa en una Tierra del año 2052 marcada por el consumo
tecnológico, la vigilancia estatal y una medicina convertida en amenaza
existencial. A diferencia del tono melancólico y jazzístico de sus obras
anteriores, Lazarus apuesta por una estética más cruda, veloz y
enmarcada en un thriller biotecnológico que plantea preguntas urgentes sobre el
cuerpo, el dolor y el control.
A partir de ahí se
configura el dispositivo narrativo clásico del “equipo imposible”: una célula
especial conocida como Lazarus, conformada por individuos con
habilidades extraordinarias y pasados oscuros. Liderado por la implacable
Hersch Lindermann y monitoreado por la NSA, el grupo incluye a Axel Gilberto,
un joven brasileño condenado a 888 años de prisión por su inusual talento para
fugarse, así como a otros miembros que encarnan distintas formas de
marginalidad y resistencia. La dinámica del grupo, sus fricciones internas y su
enfrentamiento con fuerzas corporativas, militares y científicas configuran el
arco principal de los 13 episodios que conforman la serie.
Más allá de la acción: un ensayo animado sobre la biopolítica
Si bien Lazarus
ofrece persecuciones, combates y despliegue tecnológico dignos de una
superproducción animada, su verdadero interés reside en las capas ideológicas
que subyacen bajo la superficie de su narrativa. La serie puede leerse como una
crítica a las lógicas farmacocapitalistas, donde el cuerpo ya no es un lugar de
cuidado sino una zona de intervención, manipulación y rentabilidad. Hapna
no cura, coloniza; no alivia, prolonga una dependencia letal. La pregunta que
ronda toda la trama no es sólo quién salvará a la humanidad, sino quién tiene
el derecho de decidir sobre la vida y la muerte en un mundo donde las
farmacéuticas han reemplazado a los gobiernos.
Este discurso se
enlaza con la noción foucaultiana de biopolítica: el poder ya no se ejerce sólo
a través de la represión, sino del cuidado. Al prometer salud y eliminar el
dolor, el sistema logra una forma más sofisticada de control. Skinner, en este
sentido, no es sólo un científico loco: es un demiurgo tecnocrático que pone en
evidencia el delirio de omnipotencia que habita en toda utopía médica. Su
desaparición —y posterior reaparición— funcionan como acto teatral y castigo
simbólico, recordando que el conocimiento sin ética puede convertirse en una
forma de tiranía.
Un lenguaje visual acelerado y contradictorio
Desde el punto de
vista formal, Lazarus es desigual pero provocadora. La animación, a
cargo de estudios como MAPPA y Studio E&H Production, opta por una fusión
entre estilos 2D y 3D que genera momentos de gran impacto visual, pero que en
otras escenas puede sentirse rígida o artificiosa. El diseño de personajes es
estilizado, con claras influencias del cómic occidental y del cine de acción de
los años ochenta, mientras que la ambientación —una Ciudad de Babilonia
futurista— oscila entre lo distópico y lo cyberpunk sin caer en clichés evidentes.
La música, como es
costumbre en las obras de Watanabe, cumple un rol importante. Aunque no alcanza
la sofisticación jazzística de Cowboy Bebop, logra acompañar el tono de
urgencia y caos que predomina en la serie. El montaje es vertiginoso, lo cual
refuerza la sensación de persecución constante, pero, en algunos episodios,
sacrifica el desarrollo emocional de los personajes.
Conclusión:
salvar al mundo, ¿pero desde qué ética?
Lazarus no es una obra perfecta, pero sí una serie
valiente. En lugar de apostar por la nostalgia o la épica fácil, propone un
universo en donde salvar al mundo no es una hazaña heroica, sino una lucha
contra sistemas opacos que han hecho del dolor un negocio. Su crítica a la
farmacologización de la vida, al abuso institucional y al culto de la ciencia
sin alma la sitúan dentro de una tradición cada vez más necesaria: la ciencia
ficción crítica.
En tiempos donde la
salud se ha convertido en una moneda política, y donde el miedo a la enfermedad
justifica todo tipo de restricciones y tecnologías invasivas, Lazarus
plantea una advertencia incómoda: ¿quién decide cuánto dolor debemos soportar?
¿Y a cambio de qué?
No hay comentarios:
Publicar un comentario