jueves, 10 de julio de 2025

Ryan Coogler y la reinvención del horror afroamericano

Sinners: sangre, música y diversidad cultural

 ¿Cuántas leyendas se han contado sobre el blues? ¿Qué tiene de especial este género musical nacido del dolor de las plantaciones y el anhelo de libertad? ¿Es acaso el diablo el único capaz de conceder ese don que rompe el velo del tiempo y el espacio, conectando a intérpretes con ancestros y herederos en el continuum musical?

Estas y otras preguntas laten en el corazón de Sinners, la más reciente película de Ryan Coogler, reconocido por revitalizar el universo de Rocky con Creed y por llevar al MCU a nuevas alturas con Pantera Negra.

Official Trailer

Ambientada en la era de las leyes Jim Crow —ese sistema de segregación racial que, bajo el engañoso lema de "separados pero iguales", institucionalizó el racismo en los Estados Unidos—, Sinners nos sumerge en una historia de resistencia, música y redención. El relato gira en torno a dos hermanos, interpretados por Michael B. Jordan, que deciden desafiar el statu quo reclutando a músicos marginalizados para abrir un club donde la gente negra pueda encontrar, a través del blues, ese estado de libertad que el sistema les niega. Al ritmo de guitarras, armónicas y pianos que parecen hablar con los muertos, el club se convierte en un espacio sagrado de comunión, goce y poder.

Todo es celebración hasta que irrumpen tres forasteros: un trío de paisanos armados no con armas, sino con un violín, un banjo y una guitarra. Han llegado tras escuchar la vibrante interpretación del hijo del reverendo —un joven prodigio que nos regala la escena musical más poderosa del filme—, y piden ser parte de la fiesta. Pero el imponente portero y los hermanos que custodian la entrada les niegan el paso. Ellos se alejan en silencio y la música continúa.

Sinners' Review: A bloody great time at the movies

Intrigada, una joven —amante de uno de los hermanos— decide seguirlos. Al encontrarlos, se deja seducir tanto por su melodía como por las relucientes monedas de oro que porta uno de ellos. Pero algo en su instinto se activa: hay una oscuridad latente bajo esa armonía perfecta. Cuando se da vuelta para regresar, ya es demasiado tarde. Ha aceptado una invitación que la transporta a otro mundo, uno poblado por los no-muertos, por los portadores de plagas milenarias llegadas desde el viejo continente. Sí, hablamos de vampiros.

Lo que parecía una historia de superación y lucha social, muta en una fábula gótica profundamente simbólica. Sinners subvierte el imaginario del blues como un lenguaje del alma para revelarlo como un campo de batalla espiritual: un espacio donde el legado africano resiste contra las fuerzas parasitarias del colonialismo, aquí encarnadas en criaturas que devoran, corrompen y seducen. Coogler entrelaza el horror con el folclore afroamericano para recordarnos que el miedo —como la música— también tiene memoria.

En tiempos donde el terror se banaliza en fórmulas previsibles, Sinners recupera la dimensión política y ancestral del horror. Es una película que nos obliga a escuchar, a mirar atrás y a reconocer que, a veces, los verdaderos monstruos no vienen de leyendas, sino de historias reales que aún sangran.

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