lunes, 16 de julio de 2018

Experimento de Escritura A-01


 Aprender significa hacer. Así las cosas les presento una serie de ejercicios narrativos usando las clásicas fabulas para darles giros y componer micro relatos. El reto será publicar uno cada semana y así ir puliendo varios aspectos de forma y contenido. Espero sus comentarios y sin mas preámbulos los dejo con el primero:

El Lobo no es como lo pintan

La dirección correspondía a un hostal de mala calaña: un lugar carcomido por el olvido que se resistía a morir. El susodicho huésped esperaba que al menos llegase el intendente o el conserje; que llegara alguien para habilitar su registro. Le habían aconsejado usar las aplicaciones de reservas, pero él prefirió arriesgarse, hacerlo a la vieja usanza. 
Para entretenerse llevaba en su tula una vieja edición de Caperucita Roja. Cuando leía el famoso “Había una vez…” sentía un escalofrío que lo transportaba a su infancia, a las clases de español. El libro no tenia ilustración alguna, sabía que si veía alguna imagen alusiva perdería su elaborada representación mental de esa dulce niña que quería mucho a su madre y a su abuela. Sentía nostalgia por ese tiempo en el que las niñas eran muy laboriosas y ayudaban en todo lo que podía a sus progenitores, eso ya no pasa, hoy día los padres son esclavos de sus hijos. Recordaba también, mientras colocaba la tarjeta en el lector óptico para encender la televisión, cuando el día de su cumpleaños su abuela le había regalado una libreta roja.
El rojo era un color conflictivo y al mismo tiempo fascinante. Bruno, así se llamaba el susodicho huésped, lo prefería sobre los demás por ser el color que le recordaba la sangre que corría por sus venas y lo hacia sentir vivo, tanto como el dichoso lobo que acecha a Caperucita. Pasaba los canales sin mayor motivación cuando uno de ellos estaba transmitiendo aquel viejo anime de Mamoru Oshi “Jin Roh”, una excelente interpretación en clave de ucronía y distopia política en la que el lobo es interpretado por un oficial de una fuerza elite, “kerberos”, que esta tras la pista de una célula terrorista que a depositado su fe en el comunismo estalinista. ¿Por que ver esos animes y no ver libros ilustrados de caperucita? Por que el anime o la película son interpretaciones, puntos de vista, la ilustración es una imposición que coloniza por vía hostil el imaginario nativo con el que llegamos a este mundo.

Un día Bruno llama a su abuela, que habita una cámara criogénica diseñada para recibir y enviar mensajes desde el subconsciente vía wi-fi. Su dispositivo goza de buena señal a pesar de la ubicación del hostal, el plan de datos que hackeo a su ultimo empleador le daba esa ventaja. Suena el primer todo, el segundo, el tercero; una voz electrónica le responde:
“Bienvenido al servicio de llamada subconsciente, después del tono tendra cobro”
Bruno mira la pantalla y da el tap en “aceptar”. La voz de su abuela tenia varias capas de edición que permitían escucharla perfectamente, como si estuviera cerca.  Había enfermado gravemente tras los altos índices de polución que absorbía todos los días cuando se desplazaba a su trabajo en el sistema de transporte. Bruno recuerda poco de su madre, solo retiene en su memoria aquel día que le pidió que le llevara a su abuela los excedentes del mercado para que pudiera sobrevivir los días antes de la quincena. Bruno aceptó encantado.

- Ten mucho cuidado Bruno, y no te entretengas en el ensanche.
- ¡Sí mamá!

Bruno caminaba tranquilamente por el ensanche cuando lo vio por primera vez al reconocido mercenario que se hacia llamar “El Lobo”.  Un tipo robusto, con músculos esculpidos por esteroides y barba de forajido hablista, llevaba jeans y un chaleco que lucia un parche similar al del cómic en el que baso su apariencia: Kiss my Axe. La verdad todos lo respetaban, era uno de los pocos hombres que hacia valer la palabra, no como esos fantoches que se encueran con taches y hacen cara de maleantes y a la final son tan dóciles como un French puddle.

- ¿Dónde vas con tanta prisa?
- A casa de mi abuelita a llevarle esto, un pequeño botín de supervivencia.
- Que afortunada! Creo que estas algo lejos ¿eh?…. así que, ¿por qué no hacemos una carrera? Tú ve por ese camino de aquí que yo iré por este otro.
- ¡Vale!

El lobo mandó a Bruno por el camino más largo y llegó antes que él al apartamento de alquiler de la abuelita. De modo que se hizo pasar por el pequeño Bruno usando un decodificador de voz y llamó a la puerta. Aunque lo que no sabía es que un mercenario  pagado por los jefes azabache lo había visto llegar.

- ¿Quién es?, contestó la abuelita
- Soy yo, Bruno - dijo el lobo, se oía como un tierno infante.
- Que bien pequeño. Pasa, pasa

El lobo entró, se abalanzó sobre la abuelita y la descuartizo. Luego de limpiar los restos y usar la solución química para disolver el cuerpo, se puso su camisón, igualmente se puso la mascara protésica multifacética para ocultar su curtida piel y se metió en la cama a esperar a que llegara Bruno.

Bruno se entretuvo en el camino viendo las holopantallas y diversos espectáculos que ofrecían los juglares callejeros y por eso tardó en alcanzar la meta. Al llegar llamó a la puerta.

- ¿Quién es?, contestó el lobo afinando su voz con el decodificador
- Soy yo, Bruno. Te traigo algo de mercado.
- Qué bien pequeño. Pasa, pasa.
Eso fue lo último que recordó antes de entrar en shock.


Su mirada esta perdida en la pantalla. Los infomerciales se duplican exponencialmente con ofertas cada ves mas paupérrimas. Se hizo mercenario, ante las pocas oportunidades era la mejor opción. El Lobo seguía en la casa de la abuelita, según el informe la invirtió en su guarida y centro de operaciones. Había pasado mucho rato y tratándose del lobo…¡Dios sabía que podía haber sucedido! De modo que entró al viejo edificio. Cuando llegó allí y vio al lobo con la cara hinchada por tanta cocaína, cogió su cuchillo y abrió la tripa del animal para extraer los órganos robados a su abuelita.

- “Hay que darle un buen castigo a este lobo”, pensó Bruno.

De modo que le llenó la tripa de piedras y se la volvió a coser. Cuando el lobo despertó de su siesta tenía mucha calor y al acercarse al balcón para tomar aire, ¡zas! se cayó treinta pisos al vacío y murió.

Bruno no volvió a ver a su madre ni a su abuelita y desde entonces prometió nunca hacer caso a lo que le dijeran.

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