Unos años después, en 1961, el astrónomo Frank
Drake formuló su famosa ecuación con el fin de calcular cuántas civilizaciones
extraterrestres podríamos detectar en nuestra galaxia. Así surgieron en la
cultura popular unas preguntas fundamentales: ¿estamos solos en el universo?
¿Existen otras especies que sean similares o más avanzadas que nosotros? ¿Serán
benévolas o buscarán apropiarse de nuestros recursos?
Arthur C. Clarke, una de las figuras más
relevantes de la era dorada de la ciencia ficción —junto a Isaac Asimov y
Robert Heinlein—, abordó estas inquietudes desde un ángulo tranquilo y
reflexivo en su obra Cita con Rama, publicada en 1973. En vez de
concebir una guerra a escala galáctica o una invasión, Clarke se aventuró en la
posibilidad de un encuentro con lo auténticamente extraño, tan ajeno a nosotros
que podría no tener interés en nuestra existencia.
La novela fue reeditada en 2023 por Ediciones
B, en una hermosa edición ilustrada por el artista sueco Björk Stiernström, y
nos sitúa en el año 2130. En este contexto, la humanidad ha realizado avances
en la colonización del Sistema Solar y ha instituido un robusto sistema de
vigilancia astronómica: el Proyecto Vigilancia Espacial, creado para detectar
asteroides que puedan representar un riesgo. Es así como identifican un objeto
que inicialmente parece insignificante… hasta que el análisis revela algo extraordinario:
una estructura cilíndrica, de 50 kilómetros de longitud por 20 de diámetro, que
se aproxima al Sol a gran velocidad. La nombran Rama, ya habiendo agotado los
nombres de las mitologías griega y romana, sin imaginar que se preparan para
encarar el más grande de los misterios.Arthur C. Clarke
En esta narrativa, el verdadero protagonista
no es un héroe individual, sino una misión científica: la nave Endeavour,
capitaneada por el comandante Bill Norton y su equipo. En lugar de conflictos o
tramas conspirativas, lo que predomina es una exploración rigurosa. Clarke
centra su atención en la observación, en los aspectos técnicos y en el mismo
proceso del conocimiento. Lo que la tripulación halla al adentrarse en Rama no
representa un peligro, ni tampoco una cálida bienvenida. Es una construcción
monumental, ajena a la lógica humana, donde todo —desde la iluminación hasta el
clima interno— parece haber sido elaborado con gran precisión, pero sin un
propósito comunicativo.
Dentro de Rama, descubren ciudades desiertas, máquinas automáticas y titánicas estructuras cuyo uso sigue siendo un enigma. Una atmósfera que se forma lentamente. Un mar central. El cilindro rota, creando gravedad artificial. Todo indica la existencia de una forma de inteligencia ordenada, meticulosa y avanzada. Sin embargo, esa inteligencia permanece oculta. No se manifiesta, no se revela, no plantea preguntas y no ofrece respuestas.
Uno de los logros más destacados de Cita
con Rama es la habilidad de crear una atmósfera de misterio sin recurrir a
clichés ni soluciones fáciles. Clarke prefiere el asombro al conflicto,
logrando que la experiencia de lectura se convierta en un acto de humildad. La
trama no gira en torno a la humanidad; no se centra en nosotros. En un tiempo
en que abundan las narrativas centradas en el ser humano, esta perspectiva
resulta profundamente inquietante.
El estilo de escritura de Clarke se
caracteriza por su sobriedad casi clínica. Las descripciones técnicas coexisten
con instantes de una belleza contenida. Hay una frialdad intencionada que,
lejos de restar poesía, la enmarca. En lugar de presentar emociones intensas o
dilemas existenciales evidentes, hay una conexión silenciosa con lo
incomprensible. De esta forma, Cita con Rama se distancia de los
estándares propios del thriller o la aventura, acercándose más al clásico sense
of wonder de la ciencia ficción dura: la impresión de insignificancia ante
lo vasto, lo no humano, lo que trasciende nuestra comprensión.
Aunque los personajes pueden ser más funcionales que memorables, desempeñan un papel esencial: sirven de puente entre el lector y el enigma de Rama. El comandante Norton, en particular, representa al explorador racional y ético, un legado directo de la tradición científica ilustrada. No hay lugar para la histeria ni para la violencia. Las decisiones se fundamentan en el conocimiento, el protocolo y la ética de la exploración. Clarke no requiere antagonistas: la tensión surge del desconcierto en sí mismo.
Un elemento valioso en esta edición de
Ediciones B es la colaboración visual de Björk Stiernström. Sus ilustraciones,
sobrias y atmosféricas, no buscan resolver los enigmas de Rama, sino
amplificarlos. Con sus líneas limpias y paletas frías, evocan el esplendor
vacío de la nave, sus proporciones monumentales y sus silencios densos. No son
ilustraciones narrativas, sino interpretativas: capturan la sensación en lugar
de representar la acción.
A casi cincuenta años de su publicación
inicial, Cita con Rama sigue teniendo un impacto sorprendente. Tal vez
su relevancia sea mayor que nunca. En un periodo definido por el cambio
climático, la automatización y la exploración de inteligencias artificiales,
las preguntas que plantea Clarke resuenan con una nueva fuerza: ¿y si el
universo está repleto de vida, pero esa vida no siente curiosidad por nosotros?
¿Y si ese tan esperado “primer contacto” nunca se produce, porque somos
simplemente una especie joven observando el paso de los dioses?
Lo asombroso de Cita con Rama es que no
presenta una narrativa de fracaso ni de salvación. Más bien, se trata de una
reflexión sobre la posición del ser humano en el vasto universo. El encuentro
con Rama no altera a la humanidad a través de un discurso revelador ni mediante
un don de sabiduría. De hecho, el encuentro nunca realmente sucede. Y esa es la
lección más importante: ante nuestra profunda curiosidad, existe la posibilidad
de ser completamente ignorados. El cosmos no está en deuda con nosotros por
ofrecer explicaciones.
En un gesto conclusivo que encapsula de manera
elegante su mensaje, Clarke permite que Rama prosiga su travesía. Sin
detenerse, sin conmocionarse, sin cambiar su dirección. La humanidad ha
alcanzado un vislumbre de algo trascendental, y eso es suficiente para
transformar su visión del universo. Tal vez nunca lleguemos a conocer quién
creó a Rama ni los motivos detrás de su existencia. Sin embargo, su tránsito ha
dejado una huella de asombro.
Cita con Rama no es solo una novela de ciencia ficción: es una fábula científica
sobre los límites de nuestra comprensión. Una obra que, lejos de ofrecer
respuestas, cultiva preguntas. Leerla hoy es asomarse a la posibilidad —a la
certeza, quizá— de que no somos el centro de nada. Solo testigos accidentales
de una sinfonía cósmica que no fue compuesta para nosotros.
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