Son las 6:02 de la tarde. Ya estoy en la sala de cine, acompañado de mis amigos cinéfilos, para ver Reflejos, el primer largometraje colombiano de terror psicológico con efectos especiales generados con I.A., dirigido por Miguel Urrutia. Tras los interminables minutos de tráilers, Ruta Noventa y el habitual documental —esta vez sobre el arte de tejer ruanas—, por fin comienza la función.
Los créditos iniciales son un deslumbrante ejercicio estético: un efecto de vidrio quebrado donde cada fragmento revela escenas del trauma recurrente del protagonista. Entre ellas destaca la irrupción de cuerpos desnudos que se funden con el rostro de la gran diva Amparo Grisales —esa misma a la que se le atribuye la longevidad de Matusalén, inmutable desde hace más de un siglo—, convertida aquí en una especie de reina de los condenados, con un maquillaje que evoca la presencia espectral del gótico tropical.
Las primeras escenas nos presentan a Javier (Robinson Díaz), un hombre de mediana edad que trabaja como reparador de casas, devoto de la Virgen y marcado por la soledad y el peso de una egregora materna que alimenta desde su niñez. Le teme a las mujeres, evita socializar y vive encerrado en un mundo mínimo. Su vida cambia cuando es contratado por Raquel (Amparo Grisales), la expropietaria de una vieja casona que necesita reparaciones locativas. Entre ellos emerge un misterio que nunca se resuelve del todo: tanto la madre de Javier como el tío de Raquel murieron exactamente a las 3:33 a.m.
Raquel está a punto de perder la casona familiar y Javier, según sus propias palabras, está destinado a intervenir en ese proceso. Urrutia, fiel a su trayectoria, apuesta por una puesta en escena arriesgada: desde sus cortos animados ha demostrado ser un creador inquieto, pionero en técnicas de renderizado, obsesionado con la experimentación. No sorprende, entonces, que aquí utilice herramientas de I.A. para los efectos especiales y se atreva con encuadres poco habituales en la producción colombiana.
Sin embargo, lo que Reflejos gana en forma, lo pierde en consistencia narrativa. El gran reto del terror psicológico —mantener el suspenso, sostener lo no dicho, permitir que la atmósfera hable por sí misma— termina fracturado por decisiones que se sienten televisivas. La aparición de un diálogo explicativo y anticlimático reduce la tensión acumulada y busca ofrecer un final a la vez satisfactorio y enigmático, pero termina por diluir la premisa. A esto se suman tropos mal aprovechados, como la presencia del fantasma de un cura que lo sabe todo y que existe únicamente en la mirada fragmentada de Javier.
Reflejos es, al final, una película de contrastes: visualmente osada, técnicamente audaz, pero narrativamente vacilante. Un experimento valioso que deja en el espectador la sensación de que había un filme más potente al otro lado del espejo.
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