domingo, 13 de julio de 2025

In the pendiente: memoria de la autopublicación y los fanzines en Colombia

La producción editorial en varios países de América Latina suele dividirse en dos grandes grupos: la comercial y la independiente —o como suelo llamarla a veces, “in the pendiente”, un juego de palabras que expresa el riesgo constante de la autopublicación. Este territorio inestable configura buena parte del paisaje literario, sobre todo en las ciudades industrializadas.

En Colombia, el camino de lo independiente se ha construido de la mano de las autopublicaciones que más adelante recibirían la etiqueta de fanzines: escritos a mano o en máquina de escribir, dibujos autodidactas y reproducciones en fotocopia que les daban ese característico tono manchado, entre grises y negros xerox. En estos fanzines se hablaba de un género que marcó un momento histórico en la Europa de los años setenta: el punk. Fue Medellín la ciudad que adoptó este medio para consolidar su escena, y más adelante llegaría también a Bogotá, donde encontró un espacio fértil entre otras tribus urbanas, como los metaleros —seguidores de la llamada música del diablo.

Durante la década de los noventa, el fanzine se convirtió en un medio idóneo para impulsar la producción de historietas. En ese momento no existía una industria consolidada como en Europa, Japón o Estados Unidos —la mayoría de títulos disponibles provenían de estos lugares, y el manga llegaría con fuerza recién a finales de la década—, por lo que dibujantes y escritores locales decidieron lanzarse al vacío y crear sus propios universos. De ahí nacieron Prozac, Agente Naranja, Zape Pelele y la Revista Acme, uno de los principales referentes del momento, que emulaba el espíritu de Métal Hurlant (publicación de Les Humanoïdes Associés) y su versión norteamericana, Heavy Metal. Fue una valiosa lección sobre cómo contar historias sin seguir los moldes gringos, sin capas ni mallas saltando por edificios que no alcanzaban la altura del Empire State.

Además de la autopublicación, estos movimientos generaron la necesidad de encontrarse, de mostrarse más allá de los conciertos de punk o metal: así surgieron las ferias editoriales.

Sin duda, un referente importante en la cultura editorial es la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo), cuyas 17 pabellones acogen proyectos tanto comerciales como independientes. Sin embargo, como parte del conglomerado Corferias, el evento implica un costo de ingreso, además de los gastos propios del recorrido. Por eso, en el año 2010, un grupo de jóvenes —inspirados por una epifanía vivida en Buenos Aires, Argentina— decidieron crear una iniciativa que demuestra, una vez más, la capacidad que tienen las ideas para germinar en los terrenos más áridos: así nació la Feria del Libro Independiente y Autogestionado (FLIA). Con intersticios e intermitencias, la FLIA llegó para quedarse.


Recientemente se celebró la décimo primera versión de la feria, quince años después de aquel mítico primer encuentro entre los amigos y parceros Mateo, Lucas y Sonia. El lugar escogido esta vez fue el centro comunitario del barrio Policarpa, conocido por su oferta textil y porque alguna vez fue escenario de la lucha libre en Bogotá. Al ingresar, el espacio amplio me recordó la arquitectura soviética; me sentía dentro de la serie Chernobyl, o de cualquier libro sobre brutalismo. En las paredes colgaban fotografías y textos que recordaban las batallas dadas por consolidar ese barrio que lleva el nombre de la valiente Policarpa Salavarrieta.

Poco a poco iban llegando los expositores —los puesteros, como se les conoce en la feria—, arrastrando carritos llenos de libros, stickers, fanzines, afiches, camisetas y accesorios inusuales. Las mesas comenzaron a llenarse de colores, impresiones en risografía, serigrafías, dibujos y objetos que recordaban que seguimos en una contienda cultural, resistiendo ante las fuerzas de la industria hegemónica. Un ejército de ideas, energía y ganas se desplegaba frente a nosotros, con proyectos que demostraban temple, tenacidad y fe en una escena que ha crecido con los años, sostenida por quienes un día se sacudieron el miedo y decidieron saltar.

Justamente Ficciorama, mi proyecto editorial, se dio a conocer en aquella primera FLIA de 2010. Esta iniciativa surgió en paralelo con mi tesis de grado: Más acá de la ficción: prácticas académicas, laborales y marginales del diseño en Bogotá, donde exploré la génesis y expansión de la autopublicación como trinchera, como laboratorio, como territorio que ya no acogía solo a amateurs o principiantes, sino también a profesionales formados en academias, que sentían que el circuito oficial no les daba muchas oportunidades.

Hoy, cuando el acceso a medios de reproducción se ha diversificado y cuando las redes sociales permiten mostrar el trabajo al instante, el espíritu in the pendiente sigue más vivo que nunca: no como una nostalgia, sino como una apuesta ética y estética. Publicar sin permiso sigue siendo un gesto radical. Y encontrarse en ferias como la FLIA es una manera de recordarlo.

1 comentario:

https://ivafhafe.blogspot.com/ dijo...

Desde 2015, el fanzine Vagonomico ha circulado en la provincia Sabana Centro (Cundinamarca), especialmente en los municipios de Cajicá, Sopó y Zipaquirá. A través de este proyecto se han publicado dos ediciones que abordan la escena independiente de Cajicá y la región. Disponible en: https://www.instagram.com/fanzinevagonomico?igsh=Z3Mya3ZzbnppZ2E3

In the pendiente: memoria de la autopublicación y los fanzines en Colombia

La producción editorial en varios países de América Latina suele dividirse en dos grandes grupos: la comercial y la independiente —o como su...