domingo, 30 de noviembre de 2025

El fanzine como giro epistemológico: conocimiento desde los bordes

 


El pasado viernes 28 de noviembre fui invitado a la presentación del informe del proyecto de investigación-creación Ritmo 2021, liderado por el docente asociado e investigador Luis Fernando Medina de la Universidad Nacional de Colombia, en calidad de panelista para conversar sobre el fanzine, sus características y el rol que puede ejercer dentro de la academia. Además de este servidor, participaron la diseñadora, docente y editora de Mirabilia Libros Angélica Caballero y el editor e investigador Daniel Pinzón Lizarazo.

La conversación se centró en cuatro preguntas que, lejos de agotarse en respuestas cerradas, detonaron nuevas inquietudes sobre este artefacto contracultural que, en sus orígenes, se configuró como un espacio abiertamente antiacadémico, antihegemónico y antisistema. Cada una de estas preguntas me llevó a organizar mis anotaciones y actualizar una reflexión sobre el fanzine y su vigencia en tiempos de redes sociales, fake news y deepfakes.

La primera pregunta giraba en torno a las características del fanzine y la manera en que estas lo convierten, simultáneamente, en objeto de investigación y en vehículo de divulgación académica. El fanzine puede entenderse como un laboratorio, un espacio de experimentación donde el error no solo es posible, sino que históricamente ha funcionado como señal de autenticidad: una herencia del espíritu hazlo tú mismo que marcó su nacimiento.

Si bien hoy la mayoría de las herramientas para producir fanzines están contenidas en los computadores, esto no implica que hayan desaparecido las tijeras, el pegante y el papel: conviven, se mezclan, se contaminan. Aun así, persiste la idea de que el fanzine es un objeto “mal hecho”: con errores, fallas de composición, fotocopiado en baja calidad, distribuido gratuitamente. Pero es necesario subrayar que los fanzines responden a las condiciones de producción de cada época y al espíritu que los impulsa. Por ello, el error ya no define su esencia: hoy la publicación de escritorio (desktop publishing) es una constante en sus procesos de creación, sin que esto implique abandonar su naturaleza crítica, accesible y experimental.

La segunda pregunta se orientó hacia los procesos de publicación, tanto dentro de los espacios académicos como por fuera de ellos. Frente a este tema surgieron varias líneas de fuga, entre ellas la creación de talleres y electivas interdisciplinares que los estudiantes toman para completar sus créditos académicos y, a la vez, acceder a dinámicas distintas a las que encuentran en sus asignaturas habituales.

Que las universidades hayan adoptado tan rápidamente el fanzine es, en buena medida, consecuencia de su conversión en objeto de investigación. Una práctica que durante décadas habitó los márgenes —sostenida por comunidades alternativas, subculturas y colectivos autodidactas— es visibilizada de pronto por la academia como un artefacto casi exótico y, al mismo tiempo, como un dispositivo creativo capaz de activar procesos que no serían posibles dentro de las condicionantes propias del encargo o del proyecto de clase.

Desde los primeros ejercicios de fanzine en la década de 1970, tanto en Europa como en Estados Unidos, estas publicaciones se consolidaron como órganos de difusión para las ideas, posturas y gustos de grupos minoritarios: comunidades al margen que la cultura oficial no reconoce o incluso señala por desviarse del canon de lo aceptable. Y, sin embargo, es justamente en esa característica donde persiste el núcleo vital del fanzine: visibilizar aquello que la cultura dominante no ve, otorgarle la validez que merece y hacerlo lejos de la curaduría, la mediación y la aprobación del establecimiento.

La tercera pregunta se orientó hacia la manera en que las publicaciones académicas, rigurosas y periódicas, pueden articularse con un fanzine, una publicación independiente que responde a parámetros distintos y no siempre regulados por la rigurosidad institucional. Para ampliar esta inquietud es necesario considerar que, dentro de los requisitos para los registros calificados y la certificación del Ministerio, se exige la existencia de productos de investigación divulgados en revistas indexadas y en publicaciones internas. Sin embargo, la reciente inclusión de la literatura gris como categoría válida para los productos derivados de investigación abre un nuevo camino: permite que los fanzines sean reconocidos como forma legítima de publicación y —quién sabe— que en un futuro puedan incluso indexarse y convertirse en una suerte de oasis para quienes buscan divulgar y socializar sus proyectos por vías alternativas.

A esto se suma que, dado que las universidades cuentan con presupuestos de investigación limitados, el fanzine se presenta como una forma práctica, asequible y materialmente atractiva para producir resultados divulgables sin incurrir en grandes costos. Su condición de objeto impreso —su textura, su manufactura, su carácter manual o semimanual— lo convierte en un producto altamente valorado, capaz de generar un vínculo sensible con el lector, quizá más efectivo que una revista académica cuyos artículos solo interesan a una minoría especializada.

Otro punto que emerge es el creciente interés de instituciones como la Biblioteca Nacional, el Banco de la República y otros repositorios estatales por recopilar, catalogar y archivar fanzines. Y, sin embargo, en medio de esta legitimación, siento que el fanzine nunca ha buscado —ni debería buscar— ser estabilizado, narrado o fijado desde una lógica institucional. Todo lo contrario: el fanzine rehúsa ser petrificado, enmarcado o mostrado como un cadáver en exhibición. Al fanzine solo le interesa algo esencial: ser compartido, circular, construirse desde la intuición y seguir siendo ese laboratorio de ideas en constante ebullición que lo ha mantenido vivo durante décadas.

La cuarta pregunta nos llevó a examinar lo que podría denominarse un giro epistemológico en los procesos de divulgación científica y de creación de obra cuando se utiliza el fanzine como forma de publicación. Como mencioné previamente, los fanzines son objetos resbalosos: mutan de manera permanente y, en los últimos años, lo hacen de forma acelerada. A comienzos de la primera década del siglo XXI, la eclosión de publicaciones independientes llevó a estudiantes y profesionales en artes, diseño y áreas afines a ver en el fanzine una vía de publicación y, al mismo tiempo, una forma de construir hoja de vida a través de las múltiples ferias que surgieron para su circulación.

Fanzines de dibujo, poesía, cuento, fotografía, historia y otros campos de las ciencias humanas encontraron lugar entre las páginas de papel de pulpa —de gramajes superiores a noventa gramos— y las tintas de fotocopia, litografía o risografía. En ese contexto, la epistemología del fanzine puede entenderse como una epistemología situada, menor y procesual, construida desde los márgenes y no desde los centros de validación del conocimiento. Su fuerza no reside en la búsqueda de una verdad universal, sino en la producción de saberes locales, tácticos y encarnados, que emergen de experiencias, urgencias y pulsiones específicas.

El fanzine se origina en el hacer: en el gesto manual, la experimentación y el error. Su conocimiento no se formula en abstracto: surge mientras se produce. Se trata de una epistemología cercana al bricolaje, a la maker culture, a la deriva, donde el pensamiento se encarna en la acción. Su saber no es hegemónico: es subalterno y contracultural, nacido del deseo de decir aquello que el sistema editorial, institucional o mediático no quiere —o no sabe— escuchar.

No es una epistemología estable ni definitiva: es mutable, transitoria y dinámica. Se construye en el momento de su producción y se resignifica en cada lectura y relectura. El fanzine, en última instancia, encarna una epistemología de la liberación del saber: producir conocimiento sin pedir permiso, sin esperar validación y sin renunciar ni al error ni a la intuición.

En última instancia, pensar el fanzine como una epistemología implica reconocer que allí se articula una política del conocimiento que privilegia la autonomía, el gesto y la comunidad. El fanzine no busca ser canonizado ni momificado en vitrinas institucionales: su vitalidad depende de circular, de contaminarse, de fallar y volver a empezar. Su gran aporte a la academia no es ofrecer un nuevo formato de publicación, sino recordarle que el conocimiento también puede ser un acto de libertad: producir saber sin pedir permiso, sin garantías de permanencia, sin renunciar a la intuición ni al riesgo. El fanzine, en esa medida, no solo publica: desacomoda, desobedece y reabre el horizonte de lo que entendemos por crear y conocer.

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