Es el año 2067.
Las tormentas de tierra impactan seriamente las cosechas de trigo y esto hace
que la agricultura sea cada vez más complicada. Joseph Cooper, antiguo piloto
de la NASA, inspecciona los tractores que no siguen el patrón común de
recolección y se da cuenta de que algo está sucediendo con el magnetismo que
evita una correcta geolocalización – un regalo y a la vez un problema heredado
por el iPhone – cuestionando también su presencia en la tierra. Cuando llega la
primera tormenta, la familia Cooper tiene que salir rápidamente del partido de
beisbol al que asisten con frecuencia, para ir a la granja y descubrir la
primera señal enviada por “ellos”, un conjunto de símbolos en código morse que
le muestran unas coordenadas ¿Qué rara tarea espera a este confundido granjero?
¿Qué le espera después de dejar ese mundo normal? ¿Será un viaje lógico o más
bien emocional? A diez años de su estreno, regresa a las pantallas de cine IMAX
Interestellar (2014) décima película del director Christopher Nolan. Tras varias
revisiones, empiezo a notar otros detalles que llevan directamente a estas
preguntas que serán respondidas, no hay duda de eso, pero ¿Qué esconde entre
líneas esta historia que nos vuelve a llevar al espacio y la idea de buscar
nuevos lugares por habitar?
Comienzo con una
imagen común en las películas de Estados Unidos: un hombre sentado en la
veranda de su casa mirando la puesta de sol mientras disfruta de una cerveza.
¿Qué estará pensando Joseph Cooper? Como espectadores, nunca lo sabremos;
asumimos que está reflexionando sobre su siguiente paso. Después de encontrar
las coordenadas y los libros que cayeron en la biblioteca de su hija Murphy,
Cooper acepta el reto de la aventura y se entera de que aún hay un proyecto
para viajar al espacio liderado por el profesor Brand, el proyecto Lázaro, una
iniciativa que busca encontrar un nuevo planeta para "salvar lo que queda
de la humanidad" en un acto desesperado de sobrevivir. Hay detalles que no
son coincidencia, como el hecho de que hay doce rangers – vehículos para
navegar en el espacio – el agujero de gusano llamado Gargantúa creado por
"ellos" en la órbita de Saturno y las decisiones posteriores como ir
al planeta Miller y después al de Mann, basadas en lo lógico y una tercera
opción que se basa en lo emocional, que es ir al planeta de Edmunds, el
verdadero mundo donde se puede vivir, para reiniciar la humanidad. Sin duda
alguna una odisea espacial que lo llevara a descubrir que existen mas
dimensiones de las que podemos ser conscientes y que negamos ser ayudados por
entes superiores a nuestro intelecto.
En la película
observamos varias escenas sobre el instinto de supervivencia: las familias
buscando un nuevo hogar con lo poco que pueden llevar en sus vehículos,
apoyándose en los vínculos familiares, buscando otro lugar donde quedarse, el
regreso a casa del Doctor Mann; en todas estas situaciones hay una especie de
individualismo que solo les hace pensar en ellos mismos y no en los demás. Lo
que quiero transmitir con esto es que, más allá del impresionante escenario que
nos muestra el director, hay un mensaje que activa nuestros recuerdos antiguos
y está relacionado con la selección natural de Darwin: vamos a morir. Si
miramos hacia atrás en nuestra evolución, podemos ver que en cada etapa el
miedo a la muerte sigue presente en el inconsciente, la conservación de la vida
es sin duda lo que ha llevado al ser humano a complicar su entorno y buscar
nuevas formas de ser independiente y no depender del entorno que lo rodea,
desconectarse completamente de la naturaleza y lograr superar esas limitaciones
que hacen al ser humano una especie vulnerable, aunque su ego le diga lo
contrario.
El poeta francés
Paul Éluard escribió una frase que sigue siendo relevante: “Hay otros mundos,
pero están en éste”. El proyecto Lázaro trazaba un plan para “salvar” a la
humanidad, una idea muy idealista, pero que al llevarla a la práctica solo
salvaría a un pequeño número. Este es un pensamiento que aparece en muchas
películas de space opera y en historias sobre invasiones de extraterrestres. La
mayor parte de las amenazas solo se muestran en Estados Unidos. ¿Qué pasa al
mismo tiempo en otros lugares? Son detalles que harían más complicada la
historia de la película, pero no hay que olvidar ese recurso que falta en este
tipo de filmes, salvo raras excepciones como Distrito 9 (Neil Blomkamp) y El
Eternauta (Oesterheld, Solano López); la mayoría de las catástrofes se centran
en la percepción paranoica de un país que ha seguido una línea de pensamiento:
debemos protegernos de ese enemigo que vive en lo que no conocemos y cuya
comprensión podría llevarnos al desastre. ¿es necesario abandonar este mundo en
costosos vehículos espaciales hacia un agujero de gusano? ¿no existen
alternativas? Interrogantes que complejizan aun mas el intrincado guion escrito
entre Christopher y su hermano Jonathan Nolan, en el que el argumento científico
Inter dimensional encubre el aterrador miedo a morir sin haber encontrado una forma
de salvación.
Ya el artista
Francisco Goya predecía el desastre en aquella pintura El Sueño de la Razón
produce Monstruos. Si hay algo que todavía detiene el verdadero avance de
la humanidad es el apego a todo lo familiar, salir de esa zona y cruzar el
límite de lo conocido lleva a tomar decisiones equivocadas. Ese es el viaje que
lleva a Cooper a ser dudoso, a no reconocer realmente que nuestro mundo no solo
fue formado por la inteligencia humana, ha olvidado que también existen fuerzas
que nos han dado señales de varias maneras y no queremos aceptarlos, aunque
estén justo delante de nosotros. Es parte de los mecanismos de supervivencia
dejar de lado la intuición que proporciona la percepción y reducirla a un
patrón de control, instalado de manera eficaz por la industria cultural.
A diferencia de
2001 Odisea del Espacio, filme con el que comparan la obra de Nolan, en interestelar
persiste una mirada egocéntrica que sin duda semeja a la premisa del libro de
Eric von Daniken Recuerdos del Futuro, en la que el teórico de los
antiguos astronautas afirmna que somos nosotros mismos quienes viajamos
mediante vehículos espaciales a través del tiempo para recordar e incorporar la
tecnología necesaria para cada época de la historia, obviamente a su debido
tiempo. Sin duda aquí el monolito se diluye por un completo complejo de mesias
en el que no soportamos la idea de que habitamos una realidad limitada por la
baja comprensión de nuestros sentidos biológicos. En resumen, este periplo
espacial trae, en el fondo, el recuerdo de ese miedo primigenio que hasta el día
de hoy persiste en nuestras células: el miedo a morir, lo que trae a colación esas
recurrentes líneas del poema de Dylan Thomas No entres docil en esa buena
noche
No entres dócil en esa buena noche,
La vejez debería arder y delirar al final del día;
Rabia, rabia contra el ocaso de la luz.
Los sabios, ante el fin, saben que está bien la oscuridad,
Porque sus palabras no lograron abrirla con un rayo,
No entres dócil en esa buena noche.
Hombre bueno, que lagrimea aún el brillo de la última ola
Tus frágiles andanzas danzan en una bahía verde,
Rabia, rabia contra el ocaso de la luz.
Hombre bárbaro que atrapaste el sol en vuelo y lo cantaste,
Y aprendiste muy tarde y lo fuiste lamentando en el camino,
No entres dócil en esa buena noche.
Hombre grave, cercano a la muerte, ante su cegador panorama
Cuyos ojos ciegos arden como meteoros alegres,
Rabia, rabia contra el ocaso de la luz.
Y tú, mi padre, que estás ya en la triste altura,
Maldice y bendíceme con tus lágrimas feroces, te lo ruego.
No entres dócil en esa buena noche.
Rabia, rabia contra el ocaso de la luz.