domingo, 15 de marzo de 2020

Cuando el futuro nos alcanzó

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Chartron Heston en el filme Soylent Green / Cuando el futuro nos alcance


He sido cinéfilo desde mi tierna infancia. Mientras los demás niños y niñas socializaban en la calle yo prefería estar aislado en mi habitación junto al televisor viendo películas, en especial las de ciencia ficción, siempre me gusto la manera en que estos filmes alimentaban mi imaginación y la llevaban a explorar sus límites. La caja idiota como la llaman algunos especuladores del saber, era para mi una ventana a otras formas de ver y entender el mundo. Por aquel entonces, hablamos de los años ochenta, las salas de cine eran muy estrictas con el ingreso de menores a las películas clasificadas- por eso no pude ver el imperio contraataca – por lo tanto, había que esperar que la transmitieran por televisión nacional.

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Mientras algunas me llevaban a otras galaxias para librar guerras contra regímenes opresores, otras mostraban los peligros de una posible guerra biológica, una pandemia desatada por el descuido de algún empleado o un maquiavélico plan para mantener a raya a la población; todas estas historias ocurrían a muchos kilómetros de distancia y, para mi tranquilidad, parecían no llegar a nuestro país por aquello de “los treinta años de retraso” de la revolución en marcha del gobierno liberal de la década de los treinta del siglo pasado.

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Recuerdo cuando vi por primera vez “12 Monos” dirigida por Terry Gilliam, basada en el cortometraje de Chris Marker “La Jeete”. Esas imágenes de James Cole viajando al pasado para evitar la liberación de un virus creado para diezmar la población humana, las desoladas calles llenas de nieve, centros comerciales abandonados y animales sueltos por toda filadelfia; Instantáneas de un peligro que tal vez ocurriría en el 2050 o algo así, pensaba yo por aquel entonces. Sin sospecharlo mi mente fue acumulando esos registros como capas para luego comenzar a darles sentido algunos años mas tarde.

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Para 2009 el mundo conoció el agente viral H1N1, bautizado como fiebre porcina. La agenda mediática y cultural orientaron sus esfuerzos a generar altos niveles de pánico que desencadenan una paranoia colectiva que incidió notoriamente en el incremento de artículos de primera necesidad, los tapabocas se agotaron en solo dos días, el papel higiénico empezó a escasear, ya para rematar desde el 2008 se venían presentando temblores en diversas partes del planeta. Frases como “El fin del mundo estaba cerca”, “el libro del apocalipsis tenía la razón”, “Nostradamus lo predijo”, entre otras, alimentaron el inconsciente colectivo y dieron pie a contemplar el vaticinio que hicieren filmes como “28 días después” (2002, Danny Boyle), sin embargo aún en las películas de pandemias nuestro país, este hermoso platanal consagrado al sagrado corazón de Jesús, no estaba incluido en las listas. Eso estaría por cambiar años mas tarde.

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Para 2011 se estreno el reboot de Planet of The Apes, dirigida por Rupert Wyatt, en la cual presentaba al final el seguimiento del contagio del virus que comienza con un piloto de vuelos comerciales y como va infectando a los demás países, incluido Colombia. ¿qué? ¿este virus si llegara a nuestro país? Ese fue el día que me preocupe y dio paso a mis registros distópicos para que comenzaran a generar posibles hipótesis del fin del mundo.

A finales del año anterior, el 2019, varios países comenzaron a manifestar su inconformismo y malestar con los gobernantes y sus planes de gobierno. Las manifestaciones comenzaron a brotar en varias ciudades: Paris, Santiago de Chile, La paz, Lima, Puerto Rico, Buenos Aires, Hong Kong, Beijing, entre otras. El 21N puso en marcha la acción colectiva que pelo el cobre del gobierno, que recurrió a mediocres estrategias de pandemia mediática, cadenas de WhatsApp, campañas comerciales para evitar los desmanes y desacreditar la manifestación en pro del vandalismo y el sabotaje de “grupos” como “el foro de sao paulo”, ya me imagino yo al gabinete reunido para resolver este interrogante ¿Cómo aplacaremos esta ola de manifestaciones? La respuesta vendría en forma de alerta en salubridad desde el remoto continente asiático: el coronavirus.

Creo que ya no necesito ver mas películas, estoy en una. Con el paso de los días me siento como un James Cole (12 Monos), un Juan Salvo (El eternauta), un sobreviviente que debe salir a la calle para buscar el sustento y no dejar apagar la hoguera que mantiene a mi esposa y mis gatas con vida. Los titulares de prensa no hacen más que incrementar el distanciamiento con las demás personas, la urgente necesidad de acabar con los abarrotes de los supermercados, el no salir de las viviendas, el déficit financiero, la devaluación del peso colombiano, el cierre de establecimientos y otras perlas maravillosas para alentar el fin de la existencia.

Cabe anotar en todo este relato que estamos en manos de personas con una baja competencia en gobernabilidad y poco asesoramiento de gente experta en el tema, mejor difundamos el pánico, generemos miedo en cantidades industriales, arrastremos a la población a sus límites éticos y estimulemos la supervivencia individual. Si, los medios se han encargado de paniquear a la población y pues eso ya cansa, esta recalcitrante retahíla del desastre no es otra cosa que una estrategia estilo “Terapia del Shock”, teoría propuesta por la criticada Naomi Klein. Siendo protagonista de esta narrativa, mi cosmovisión me exige ser consecuente con mis acciones y simplemente seguir adelante, pero tantos decretos y planes de contingencias a diario me ponen a dudar sobre mi supervivencia, justo cuando llegaba a un punto de equilibrio en mi bienestar mental.

“Bienvenidos al Futuro”, con esta frase de Cesar Gaviria, presidente electo para el periodo 1990-1994, inicio un plan de gobierno que vino acompañado de racionamientos energéticos, tratados de libre comercio, importación de materias primas y otras arandelas que promovían los vientos del modelo neoliberal generado a finales de la década del setenta. El panorama actual conduce a lo que Mark Fisher denomina una “lenta cancelación del futuro”, esa línea punteada que esta por escribirse basada en la experiencia presente. Esta pandemia actual esta demostrando la fragilidad de este modelo económico que se jactaba de ser lo mejor y nos conducirá, momentáneamente, a redefinir nuestra lente distopica. Orwell, Huxley y Bradbury se han convertido en guías diagnosticas de un presente infoxicado. Las distopias se han convertido en edulcoradas tramas para disfrutar un domingo en la tarde. 
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Con todo solo me queda preguntar ¿Qué nos dapara el mañana, si es que lo hay? ¿sobreviviremos al menos para ver algún Max Rockatansky, un Inmortan Joe o alguna Imperator Furiosa en el camino? ¿seremos soylent green, pasta comestible para quienes la puedan pagar? ¿seremos leyenda como Robert Neville? ¿seremos testigos de la Larga Marcha de Richard Bachman? La verdad solo queda agua y ajo, aguantarnos y a jodernos, que más da tener paciencia y en cuatro letras resistencia, no ha servido de mucho.

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