Entre la
adaptación literaria de Drácula, escrita por Bram Stoker, y la icónica
interpretación del personaje a cargo de Bela Lugosi – quien tristemente asumió
su rol de manera permanente – se encuentra Nosferatu, una película muda
estrenada en 1922 y dirigida por F. W. Murnau, que se inscribe dentro del
movimiento artístico conocido como Expresionismo Alemán. Esta obra del cine
presenta a un peculiar conde de Europa del Este, llamado Orlok, cuya existencia
se ve marcada por una obsesión por un amor no correspondido. Es bien sabido que
esta película es una versión no autorizada de la novela de Stoker, lo que
generó descontento en el círculo familiar del autor, especialmente en su viuda,
quien demandó a los productores y pidió que se destruyeran todas las copias.
Sin embargo, un aviso: no todas fueron destruidas. Gracias a las reproducciones
que sobrevivieron, su impacto perdura, enriqueciendo la figura del vampiro a
través de la inolvidable actuación de Max Schreck, la cual sirvió de
inspiración para la película La Sombra del Vampiro (2001), dirigida por E.
Elías Merhige, en la que Willem Defoe interpreta a un inquietante Max Schreck
que resulta ser un vampiro real.
Este año, en enero, se presenta una nueva versión de Nosferatu, dirigida por Robert Eggers, un cineasta profundamente conectado emocionalmente con la obra original de Murnau, lo que le permite crear un ambiente inquietante y escalofriante que recuerda la Alemania del siglo XIX. Eggers no copia la película, sino que reinterpreta la historia de un hombre y un vampiro que provoca el caos, aplicando su estilo distintivo en el género del horror. El resultado es una obra que, aunque elegante, no se siente forzada; es intensa pero no sobrecargada de detalles, logrando evocar una atmósfera de folklore antiguo. Aunque quizás no se esperaba una nueva adaptación de este clásico casi perfecto, no podríamos haber elegido a un mejor artista para ofrecer a esta generación gótica una nueva pesadilla.
La narrativa
esencial se mantiene: Alemania, 1838. El agente inmobiliario Thomas Hutter
(Nicholas Hoult) recibe un nuevo encargo de su empresa: un noble que reside en
un remoto castillo en los Cárpatos desea adquirir una vivienda en un puerto
local. Dado que el noble no puede viajar por su grave estado de salud – “está a
un paso de la tumba”, menciona su jefe (Simon McBurney) – Hutter debe ir en su
lugar. La esposa de Hutter, Ellen (Lily-Rose Depp), siente un mal
presentimiento sobre este viaje y también sufre episodios que podrían estar
relacionados con un espíritu que, según rumores, ella habría invocado hace
años. Afortunadamente, su hermano Friedrich (Aaron Taylor-Johnson) y su esposa
(Emma Corrin) se comprometen a velar por ella durante la ausencia de su marido.
No obstante, al
igual que en The Witch (2015), The Lighthouse (2019) y The Northman (2021),
Eggers emplea esta fascinación para enriquecer la atmósfera de su obra. Esta
nueva versión del relato antiguo que trata sobre el mal que atraviesa los
océanos está impregnada de una intensa atmósfera, aunque a veces uno podría
preguntarse qué es lo que realmente el director quiere comunicar. Un personaje plantea la interrogante: “¿El
mal surge de nosotros mismos o proviene de fuerzas externas?”. Aunque la película no brinda una contestación
clara, la figura esquelética y amenazante que acecha a sus presas como un
murciélago desprovisto de alas parece insinuar lo segundo. Skarsgård ofrece una
actuación que evoca al Orlok de Schreck sin replicarlo de forma exacta, y la
incorporación de un bigote al estilo de Vlad el Empalador hace que su aspecto
sea aún más distintivo.
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