Desde su creación en 1938, Superman trasciende el concepto
de ser un simple personaje de cómic; se ha convertido en un ícono. Encarnar la
imagen del inmigrante ideal, así como la figura que salvaguarda la justicia y
promueve el orden, es parte de su esencia, además de simbolizar a Estados
Unidos como un referente moral a nivel global. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando
se despoja a este emblema de su contexto original, reubicándolo tanto
geográfica como ideológicamente?
Esa es la intrincada y brillantemente ejecutada propuesta de
Superman: Hijo Rojo, una obra de ucronía creada por Mark Millar con
ilustraciones de Dave Johnson y Kilian Plunkett. Lanzada en 2003 bajo la línea
Elseworlds de DC Comics, esta historia presenta una realidad alternativa en la
que el cohete de Kal-El desciende en la Ucrania soviética en vez de en Kansas.
El resultado es un Superman educado por el régimen comunista, transformándose
en un representante del avance socialista y, con el tiempo, en una suerte de
“zar rojo” distribuido globalmente.
En 2020, DC Comics adaptó esta narrativa al cine de
animación bajo la dirección de Sam Liu. Aunque logra transmitir varios aspectos
de la obra original, la película suaviza ciertos tópicos más oscuros y
filosóficos que el cómic presenta, lo que lleva a una inevitable comparación
entre las dos versiones.
La cuestión central es: ¿Qué pasaría si Superman no fuera de
Estados Unidos?
La riqueza del cómic reside en que no se limita a cambiar
roles o insignias. Millar emplea el concepto del multiverso para plantear una
inquietud fundamental: ¿puede el poder absoluto corromper incluso al ser más
noble si se le otorga una ideología diferente?
En esta dimensión alternativa, Superman se transforma en el
“defensor del proletariado”, guiando la expansión de la Unión Soviética hacia
su consolidación como una potencia mundial casi indiscutible. Con su
intervención, se erradican enfermedades, se acaban las guerras y se alcanzan
economías estables. Sin embargo, este orden idealizado tiene un precio:
vigilancia omnipresente, represión del desacuerdo y una sutil pero constante
anulación de la libertad personal. Lo que inicialmente parece un idealismo salvador
deriva en un sistema de control tecnocrático.
El principal adversario de esta narrativa no es un
supervillano común, sino que se presenta a Lex Luthor como un prodigio
estadounidense, obsesionado con derrotar a Superman no por malicia, sino por
principios éticos. Luthor simboliza la inteligencia ilimitada al servicio del
individualismo capitalista, contrastando de manera fascinante con el
colectivismo que representa el Hombre de Acero. En esta contienda de posturas,
la lucha traslada su enfoque del combate físico hacia el debate ético y
filosófico.
Un cómic que posee la esencia de un ensayo político.
La distinción que otorga a Hijo Rojo un estatus superior en
comparación con otras obras de ucronía radica en su profundidad intelectual.
Millar evita caer en sencillas caricaturas o en propaganda barata. En lugar de
representar al Superman soviético como un tirano obsesionado con el poder, lo
configura como un individuo que genuinamente cree estar actuando para el bien.
La narrativa presenta dilemas auténticos acerca del liderazgo, la moralidad
impuesta y los límites del bien colectivo. Incluso personajes como Batman, que
se convierte en anarquista y víctima del régimen, y Wonder Woman, que navega
entre lealtades en conflicto, enriquecen una trama que elude respuestas
simplistas.
Desde el punto de vista visual, el cómic se apoya en una
estética rampante del realismo socialista, influencias de la propaganda y el
diseño brutalista. Cada cuadro tiene un peso ideológico significativo, desde el
uniforme escarlata de Superman hasta los monumentos que lo consagran como una
figura casi divina. La intención del estilo gráfico no es el realismo, sino
provocar un fuerte impacto ideológico: el mundo ha cambiado no solo en su
geografía, sino también en su expresión visual.
El desenlace del cómic —sin desvelar detalles— incluye un
giro cósmico que concluye la historia de una manera prácticamente poética. Un
bucle temporal que no solo sorprende al lector, sino que transforma a Hijo Rojo
en una obra con ecos tanto nietzscheanos como mitológicos.
La película animada: fidelidad con moderación
La adaptación animada de 2020 mantiene en gran medida la
trama principal del cómic, aunque introduce cambios significativos en el tono,
la profundidad y la resolución. El Superman de la animación se presenta como
mucho más humano y consciente de sus dilemas desde el inicio. Mientras que en
el cómic se delineaba una evolución inquietante hacia un control absoluto, la
película prefiere retratar a un Superman que vacila, se plantea interrogantes y
se arrepiente de sus equivocaciones con mayor celeridad.
Uno de los cambios más destacados es la representación de
Lex Luthor. En esta versión animada, Luthor adopta casi un papel de héroe, con
un desenlace positivo que lo posiciona como el salvador de la humanidad. Este
giro elimina la ambigüedad moral que caracterizaba al cómic, donde su triunfo
también dejaba un regusto amargo.
El ritmo narrativo de la película es más sencillo y directo,
presentando los dilemas políticos de manera más superficial. No se profundiza
en las consecuencias del régimen totalitario ni en la represión ideológica.
Personajes como Batman y Wonder Woman son mostrados con menos desarrollo, casi
como cameos que cumplen una función mínima.
Visualmente, la película cumple con los estándares, pero
carece de innovación. La animación es fluida, aunque no toma riesgos creativos.
Se siente una ausencia de la fuerza estética que el cómic logró plasmar con
gran claridad: el uso simbólico del color, la tipografía de estilo soviético y
el diseño de escenarios como elementos narrativos.
Dos versiones, dos interpretaciones de un mismo mito.
En resumen, Superman: Hijo Rojo es una obra que permanece
relevante porque reinterpreta tanto a su protagonista como a una concepción
global. Este cómic se sumerge profundamente en las consecuencias que surgen
cuando el poder adopta una nueva insignia; es una alegoría política disfrazada
de narrativa emocionante. Aunque la película es efectiva y recomendable, se
presenta como una versión más accesible y simplificada para el público en
general.
Ambas interpretaciones abordan una preocupación que permea
el siglo XXI: ¿es posible que exista un poder benevolente que no conduzca a la
dominación? ¿Qué pasaría si el héroe absoluto se convirtiera en el guardián de
una utopía que no hemos escogido?
En una era donde los discursos ideológicos resurgen
transformados, Hijo Rojo actúa como un espejo incómodo. Nos recuerda que el
color de la capa es irrelevante si no cuestionamos quién es el que la porta.