Transcurrieron varios años antes de que me
encontrara nuevamente con Mantra, y en esta ocasión, algo había cambiado. Tal
vez porque ahora podía apreciar las múltiples capas, las referencias y ese
brillante caos. O quizás debido a que ya había vivido la experiencia de estar
en México, caminando por sus calles que se sentían como un escenario
distorsionado, una telenovela sin fin, un recuerdo pixelado. En ese preciso
momento, la novela hizo clic en mi mente. Y comprendí que había estado
esperándome todo este tiempo.
Hay algo profundamente intrigante —y casi
irónico— en el hecho de que dos de las novelas más potentes, ambiciosas y
lúcidas sobre México en los últimos tiempos hayan sido escritas por autores
extranjeros. Los detectives salvajes, del chileno Roberto Bolaño, y Mantra,
del argentino Rodrigo Fresán, se leen como espejos fragmentados de una misma
nación: el primero desde el mito literario, el segundo desde el delirio
televisivo y pop. Ambas funcionan como manifiestos generacionales: Bolaño ancla
su relato en la estela del 68; Fresán se zambulle en los años noventa, el
zapping, MTV y un inminente apocalipsis digital.
Mantra es una
novela extraña, singular, irreverente. Inusual en su forma, en su tono, en su
ambición. Un artefacto narrativo entre el tributo y la parodia, que mezcla sin
miedo cultura pop, ciencia ficción, filosofía, melodrama, televisión y
psicoanálisis. Fresán escribe como quien navega múltiples ventanas abiertas al
mismo tiempo: una con Borges, otra con Rod Serling, otra con Pedro Páramo
y otra con Star Wars.
Un reality
metafísico
La historia arranca (más o menos) con el
narrador —un argentino en el DF— que entra en contacto con Martín Mantra, hijo
de actores de telenovela, obsesionado con crear una telenovela total: filmada
en tiempo real, donde su familia viva permanentemente frente a las cámaras. Una
especie de Big Brother avant la lettre, pero con ambiciones cósmicas.
Todo esto en una Ciudad de México que, tras un terremoto, se convierte en la
“NTT”: Nueva Tenochtitlan del Temblor, donde ya todos están muertos,
pero siguen transmitiendo.
Aquí, Fresán convierte la telenovela en una
metáfora nacional, una manera de narrar la tragedia colectiva de México, esa
historia que se repite como un loop, como un viejo VHS que se niega a morir.
“Sonamos para hacer silencio. Cantamos para callar”, dice uno de los
personajes. Esa frase lo resume todo.
Diccionario,
glitch y Mictlán
La segunda parte del libro es aún más
delirante (y brillante): un diccionario mexicano, donde cada entrada es
una deriva, un chispazo de ingenio o una microficción que amplía el universo
narrativo. Por momentos evoca a Foster Wallace o a David Guterson, pero con un
pulso latino lleno de ironía, afecto, duelo y referencias pop. En ese espacio
aparece el Tiempo Mexicano, una dimensión alternativa donde los muertos
y los vivos comparten VHS defectuosos y paraguas cerrados, como si vivieran
atrapados en una canción de Dylan.
El final es una parodia oscura y cyberpunk de Pedro
Páramo: una madre-computadora, un guía llamado P. P. Mac@rio, y un viaje al
Mictlán con tintes digitales. El narrador —ya en modo Juan Preciado 2.0— se
reencuentra con el eco de Mantra y dispara su última bala a una estrella
remota. ¿Exagerado? A veces. ¿Genial? También.
La
telenovela como ciencia ficción nacional
Aunque Mantra no es ciencia ficción en
el sentido clásico, el género late en sus entrañas: narradores
descompuestos, memorias digitales, cuerpos alterados, ciudades que son
pantallas, muertos que siguen conectados al presente como si fueran datos
flotando en la nube. La tecnología no aparece como maquinaria, sino como trauma
emocional, como forma de contar(nos). Lo más futurista aquí es la memoria.
Y por debajo de todo eso, Fresán explora cómo
se construye la identidad a través del relato: las telenovelas, el cine, los
archivos, la infancia. No hay androides, pero sí una nación atrapada en su
propio guion melodramático, repitiendo una y otra vez la misma tragedia. Y si
lo pensamos bien, eso da mucho más miedo que cualquier invasión alienígena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario