jueves, 12 de junio de 2025

Mantra, de Rodrigo Fresán: telenovela cósmica, glitch nacional y sci-fi sentimental

Debo admitir que cada vez me resuena con mayor intensidad una frase que me compartió mi querido amigo y librero, Árbol de Tinta: "Todo llega. Puede tardar, pero llega. " Hace aproximadamente veinte años, tuve la oportunidad de obtener por primera vez un ejemplar de Mantra, la obra de Rodrigo Fresán. En ese momento, apenas comenzaba a ser un lector apasionado; en mi etapa escolar leía por obligación y, durante la universidad, me inclinaba más hacia los cómics.  Aun así, decidí probar con esta novela. Sin embargo, no logró conectarme.  Quizás anhelaba una narrativa más directa y menos experimental. Al final, cerré el libro y lo dejé de lado, y más tarde lo vendí.

Transcurrieron varios años antes de que me encontrara nuevamente con Mantra, y en esta ocasión, algo había cambiado. Tal vez porque ahora podía apreciar las múltiples capas, las referencias y ese brillante caos. O quizás debido a que ya había vivido la experiencia de estar en México, caminando por sus calles que se sentían como un escenario distorsionado, una telenovela sin fin, un recuerdo pixelado. En ese preciso momento, la novela hizo clic en mi mente. Y comprendí que había estado esperándome todo este tiempo.

Hay algo profundamente intrigante —y casi irónico— en el hecho de que dos de las novelas más potentes, ambiciosas y lúcidas sobre México en los últimos tiempos hayan sido escritas por autores extranjeros. Los detectives salvajes, del chileno Roberto Bolaño, y Mantra, del argentino Rodrigo Fresán, se leen como espejos fragmentados de una misma nación: el primero desde el mito literario, el segundo desde el delirio televisivo y pop. Ambas funcionan como manifiestos generacionales: Bolaño ancla su relato en la estela del 68; Fresán se zambulle en los años noventa, el zapping, MTV y un inminente apocalipsis digital.


Mantra es una novela extraña, singular, irreverente. Inusual en su forma, en su tono, en su ambición. Un artefacto narrativo entre el tributo y la parodia, que mezcla sin miedo cultura pop, ciencia ficción, filosofía, melodrama, televisión y psicoanálisis. Fresán escribe como quien navega múltiples ventanas abiertas al mismo tiempo: una con Borges, otra con Rod Serling, otra con Pedro Páramo y otra con Star Wars.

Un reality metafísico

La historia arranca (más o menos) con el narrador —un argentino en el DF— que entra en contacto con Martín Mantra, hijo de actores de telenovela, obsesionado con crear una telenovela total: filmada en tiempo real, donde su familia viva permanentemente frente a las cámaras. Una especie de Big Brother avant la lettre, pero con ambiciones cósmicas. Todo esto en una Ciudad de México que, tras un terremoto, se convierte en la “NTT”: Nueva Tenochtitlan del Temblor, donde ya todos están muertos, pero siguen transmitiendo.

Aquí, Fresán convierte la telenovela en una metáfora nacional, una manera de narrar la tragedia colectiva de México, esa historia que se repite como un loop, como un viejo VHS que se niega a morir. “Sonamos para hacer silencio. Cantamos para callar”, dice uno de los personajes. Esa frase lo resume todo.

Diccionario, glitch y Mictlán

La segunda parte del libro es aún más delirante (y brillante): un diccionario mexicano, donde cada entrada es una deriva, un chispazo de ingenio o una microficción que amplía el universo narrativo. Por momentos evoca a Foster Wallace o a David Guterson, pero con un pulso latino lleno de ironía, afecto, duelo y referencias pop. En ese espacio aparece el Tiempo Mexicano, una dimensión alternativa donde los muertos y los vivos comparten VHS defectuosos y paraguas cerrados, como si vivieran atrapados en una canción de Dylan.

El final es una parodia oscura y cyberpunk de Pedro Páramo: una madre-computadora, un guía llamado P. P. Mac@rio, y un viaje al Mictlán con tintes digitales. El narrador —ya en modo Juan Preciado 2.0— se reencuentra con el eco de Mantra y dispara su última bala a una estrella remota. ¿Exagerado? A veces. ¿Genial? También.

La telenovela como ciencia ficción nacional

Aunque Mantra no es ciencia ficción en el sentido clásico, el género late en sus entrañas: narradores descompuestos, memorias digitales, cuerpos alterados, ciudades que son pantallas, muertos que siguen conectados al presente como si fueran datos flotando en la nube. La tecnología no aparece como maquinaria, sino como trauma emocional, como forma de contar(nos). Lo más futurista aquí es la memoria.

Y por debajo de todo eso, Fresán explora cómo se construye la identidad a través del relato: las telenovelas, el cine, los archivos, la infancia. No hay androides, pero sí una nación atrapada en su propio guion melodramático, repitiendo una y otra vez la misma tragedia. Y si lo pensamos bien, eso da mucho más miedo que cualquier invasión alienígena.

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