Dia a día las autopistas son recorridas por miles de neumáticos, todos giran al compás de un tempo alienado por la preocupación económica. Transportando a millones de conductores y conductoras que viven inmersos en sus preocupaciones y aceptan voluntariamente como buenos engranes del sistema, la voluntad urbanita. Sin embargo, no todos los engranes encajan a la perfección, a veces uno que otro decide abandonar el mecanismo, perderse en su paisaje interior y encontrar su esencia; ese el caso de Robert Maitland.
Robert Maitland será
un nombre recordado por su empresa de no volver a casa y ser el naufrago de la
isla de cemento. Fue alguna vez un exitoso arquitecto, socio accionista de una
prestigiosa firma urbanista, tenia lo que un hombre promedio puede desear:
dinero, mujeres, viajes y costosos vehículos deportivos. Se caso y tuvo un
hijo, pero prefería recordar su infancia: la mejor etapa de su vida. Maitland,
el moderno Robinson, necesito de un accidente para comprender cuan alienado
estaba y por primera vez poder ser lo que quiera ser. Este incidente ocurrió en
1973 y fue registrado para la posteridad por la incisiva pluma del insigne
soñador distópico James Graham Ballard, J.G. Ballard para los editores y Ballard
para sus lectores y lectoras.
Leí “La Isla de Cemento” mientras esperaba ser vacunado. Una larga fila de mas de cuatro horas en un centro comercial que alguna vez fue el epicentro del consumo, pero ahora solo exhibe los fantasmas de la nostalgia comercial que dejo la pandemia. Una elección motivada por tan ballardiana situación. Cada página plasmaba la angustiante situación del arquitecto Robert Maitland y sus múltiples intentos de escapar de dicha encrucijada, un punto ciego entre tres autopistas, lleno de accidentes, vestigios urbanos y hierba alta.
Ballard envía este
mensaje en la botella, un s.o.s., que más allá de entretener decide usar la
angustia para reflexionar sobre lo que dejamos de ser por alcanzar el éxito en
la jungla de asfalto. Los pocos vestigios de humanidad quedaran cautivos en esa
isla rodeada de neumáticos, carros en descomposición y viejas señales de
transito abandonadas; es la voluntad ballardiana que guía el ensueño distópico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario