martes, 16 de septiembre de 2025

El mito como destino: Robert Eggers y la furia de Amleth

 

Amleth, un niño de las frías tierras escandinavas aguarda con ilusión el regreso de su padre, el rey Aurvandill “Cuervo de Guerra”. Su madre, la reina Gudrún, también espera reunir de nuevo a la familia, mientras el reino se prepara para una ceremonia que celebrará al joven príncipe como heredero del trono. En medio de cantos, bailes y copas de hidromiel, el bufón de la corte, Heimir, anuncia a Amleth que su destino está sellado y que jamás podrá escapar de él. Sus palabras se clavan en la mente del muchacho como una profecía oscura.

Al amanecer, la traición irrumpe: el tío bastardo, Fjölnir, asesina a Aurvandill, saquea la aldea y se lleva consigo a la reina. Amleth logra escapar en un barco, repitiendo una y otra vez un juramento que se convertirá en mantra: “Te vengaré, padre; te rescataré, madre”. Con un fundido a negro, los años pasan hasta mostrarnos a un Amleth adulto, endurecido por la guerra y dispuesto a cumplir su venganza. Pero su destino guardará un giro inesperado que lo empujará hacia las puertas de Hel y, finalmente, al Valhalla en brazos de una valquiria.

Lo anterior corresponde a la premisa de El Hombre del Norte (The Northman, 2022), dirigida por Robert Eggers y coescrita junto al poeta islandés Sigurjón Birgir Sigurðsson, conocido como Sjón. La historia se inspira en la leyenda de Amleth recogida por el historiador danés Saxo Grammaticus, pero Eggers también nutre el guion de un vasto corpus literario nórdico: la Edda poética, la Edda prosaica, la Saga de Egil, la Saga de Grettir, la Saga de Eyrbyggja y la Saga de Hrolfr Kraki. Para asegurar rigor en la representación histórica, contó con la asesoría del arqueólogo Neil Price (Universidad de Uppsala), el folclorista Terry Gunnell (Universidad de Islandia) y la historiadora Jóhanna Katrín Friðriksdóttir. Eggers, además, ha reconocido a Conan el Bárbaro (1982) como otra de las influencias clave en la concepción estética de la película.

La puesta en escena de Eggers encuentra en la fotografía de Jarin Blaschke un lenguaje que oscila entre lo sublime y lo brutal: planos generales que inscriben a los personajes en paisajes volcánicos y oceánicos casi pictóricos, y contrastes de fuego y sombra que convierten los interiores en espacios rituales. Este énfasis en lo ceremonial atraviesa toda la película, desde las iniciaciones chamánicas hasta los cantos guerreros, donde el cuerpo humano se vuelve vehículo de lo sagrado a través del sudor, el trance y la violencia. En esa lógica, El Hombre del Norte contrapone el paganismo nórdico —telúrico, sensorial, brutal— con la irrupción del cristianismo, presentado como una fe rígida y redentora, incapaz de igualar la potencia visceral de los antiguos dioses. Eggers no juzga, sino que sitúa ambas cosmovisiones en tensión para preguntarse cómo distintas formas de espiritualidad elaboran la violencia y la muerte. Todo ello se inserta en la tradición del folk horror, donde la naturaleza, los mitos y las comunidades cerradas generan atmósferas opresivas y alucinatorias. Así, la venganza de Amleth trasciende lo personal para convertirse en la actualización de un mito ancestral, con volcanes, mares y tormentas actuando como cómplices de un destino inevitable.

En contraste con La bruja (2015) y El faro (2019), donde Eggers construía atmósferas cerradas, claustrofóbicas y profundamente psicológicas, El hombre del norte despliega un relato de escala épica. Si en La bruja la tensión se centraba en la disolución de una familia puritana y en El faro en la lucha de poder entre dos hombres confinados por la tormenta, aquí la narrativa se abre hacia vastos paisajes y hacia una dimensión colectiva y mítica. Sin embargo, persisten las obsesiones del director: la presencia de rituales como motores del relato, el enfrentamiento entre distintas concepciones de lo sagrado y la ambigüedad entre lo real y lo visionario. Podría decirse que Eggers traslada la densidad atmosférica del folk horror a la épica histórica, logrando una película que, aunque más ambiciosa en escala y presupuesto, conserva la misma sensibilidad perturbadora y espectral que caracteriza a su cine.

El hombre del norte confirma a Robert Eggers como uno de los cineastas más singulares del panorama contemporáneo: un director capaz de conjugar la fidelidad histórica con lo mítico, el rigor antropológico con lo visionario. Frente al minimalismo atmosférico de La bruja y al delirio expresionista de El faro, esta tercera obra lo consolida en una escala épica sin perder su sello autoral. Más que una simple historia de venganza, la película se erige como una meditación sobre el destino, la violencia y las cosmologías que los enmarcan. Con su estética ritual, sus atmósferas densas y su tensión entre paganismo y cristianismo, Eggers logra un cine que incomoda y fascina a la vez, uniendo el folk horror con la gran tradición de la épica cinematográfica. En un tiempo en que muchas producciones históricas se limitan a la recreación superficial, El hombre del norte destaca por devolver al espectador la sensación de estar frente a un mito vivo, oscuro y desbordante.

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