Amleth, un niño de las frías
tierras escandinavas aguarda con ilusión el regreso de su padre, el rey
Aurvandill “Cuervo de Guerra”. Su madre, la reina Gudrún, también espera reunir
de nuevo a la familia, mientras el reino se prepara para una ceremonia que
celebrará al joven príncipe como heredero del trono. En medio de cantos, bailes
y copas de hidromiel, el bufón de la corte, Heimir, anuncia a Amleth que su
destino está sellado y que jamás podrá escapar de él. Sus palabras se clavan en
la mente del muchacho como una profecía oscura.
Al
amanecer, la traición irrumpe: el tío bastardo, Fjölnir, asesina a Aurvandill,
saquea la aldea y se lleva consigo a la reina. Amleth logra escapar en un
barco, repitiendo una y otra vez un juramento que se convertirá en mantra: “Te
vengaré, padre; te rescataré, madre”. Con un fundido a negro, los años pasan
hasta mostrarnos a un Amleth adulto, endurecido por la guerra y dispuesto a
cumplir su venganza. Pero su destino guardará un giro inesperado que lo
empujará hacia las puertas de Hel y, finalmente, al Valhalla en brazos de una
valquiria.
Lo anterior corresponde a la
premisa de
El Hombre del Norte
(
The Northman,
2022), dirigida por Robert Eggers y coescrita junto al poeta islandés Sigurjón
Birgir Sigurðsson, conocido como Sjón. La historia se inspira en la leyenda de
Amleth recogida por el historiador danés Saxo Grammaticus, pero Eggers también
nutre el guion de un vasto corpus literario nórdico: la
Edda poética, la
Edda prosaica, la
Saga de Egil, la
Saga de Grettir,
la
Saga de Eyrbyggja
y la
Saga de Hrolfr Kraki.
Para asegurar rigor en la representación histórica, contó con la asesoría del
arqueólogo Neil Price (Universidad de Uppsala), el folclorista Terry Gunnell
(Universidad de Islandia) y la historiadora Jóhanna Katrín Friðriksdóttir.
Eggers, además, ha reconocido a
Conan el Bárbaro (1982) como otra
de las influencias clave en la concepción estética de la película.
La puesta en escena de Eggers
encuentra en la fotografía de Jarin Blaschke un lenguaje que oscila entre lo
sublime y lo brutal: planos generales que inscriben a los personajes en
paisajes volcánicos y oceánicos casi pictóricos, y contrastes de fuego y sombra
que convierten los interiores en espacios rituales. Este énfasis en lo
ceremonial atraviesa toda la película, desde las iniciaciones chamánicas hasta
los cantos guerreros, donde el cuerpo humano se vuelve vehículo de lo sagrado a
través del sudor, el trance y la violencia. En esa lógica, El Hombre del Norte contrapone el
paganismo nórdico —telúrico, sensorial, brutal— con la irrupción del
cristianismo, presentado como una fe rígida y redentora, incapaz de igualar la
potencia visceral de los antiguos dioses. Eggers no juzga, sino que sitúa ambas
cosmovisiones en tensión para preguntarse cómo distintas formas de
espiritualidad elaboran la violencia y la muerte. Todo ello se inserta en la
tradición del folk horror, donde la naturaleza, los mitos y las comunidades
cerradas generan atmósferas opresivas y alucinatorias. Así, la venganza de
Amleth trasciende lo personal para convertirse en la actualización de un mito
ancestral, con volcanes, mares y tormentas actuando como cómplices de un
destino inevitable.

En contraste con
La bruja (2015) y
El faro (2019),
donde Eggers construía atmósferas cerradas, claustrofóbicas y profundamente
psicológicas,
El hombre del norte
despliega un relato de escala épica. Si en
La bruja la tensión se centraba en
la disolución de una familia puritana y en
El faro en la lucha de poder entre
dos hombres confinados por la tormenta, aquí la narrativa se abre hacia vastos
paisajes y hacia una dimensión colectiva y mítica. Sin embargo, persisten las
obsesiones del director: la presencia de rituales como motores del relato, el
enfrentamiento entre distintas concepciones de lo sagrado y la ambigüedad entre
lo real y lo visionario. Podría decirse que Eggers traslada la densidad
atmosférica del folk horror a la épica histórica, logrando una película que,
aunque más ambiciosa en escala y presupuesto, conserva la misma sensibilidad
perturbadora y espectral que caracteriza a su cine.
El
hombre del norte confirma a Robert Eggers como uno de los cineastas
más singulares del panorama contemporáneo: un director capaz de conjugar la
fidelidad histórica con lo mítico, el rigor antropológico con lo visionario.
Frente al minimalismo atmosférico de
La bruja y al delirio expresionista
de
El faro, esta
tercera obra lo consolida en una escala épica sin perder su sello autoral. Más
que una simple historia de venganza, la película se erige como una meditación
sobre el destino, la violencia y las cosmologías que los enmarcan. Con su
estética ritual, sus atmósferas densas y su tensión entre paganismo y
cristianismo, Eggers logra un cine que incomoda y fascina a la vez, uniendo el
folk horror con la gran tradición de la épica cinematográfica. En un tiempo en
que muchas producciones históricas se limitan a la recreación superficial,
El hombre del norte
destaca por devolver al espectador la sensación de estar frente a un mito vivo,
oscuro y desbordante.
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