En Altasangre, la escritora
barranquillera Claudia Amador erige una novela que se despliega como un palacio
en ruinas: majestuoso, inquietante y lleno de secretos que supuran desde las
paredes. Con una prosa poética, oscura y cuidadosamente acompasada por tamboras
y trompetas, la autora nos arrastra hacia un universo gótico que trasciende el
tiempo y el espacio carnavalesco para convertirse en una alegoría inquietante
de la historia barranquillera y latinoamericana.
Desde las primeras páginas, la novela nos
sitúa en un ambiente tupido y de parranda, dominado por la decadencia de una
estirpe que vive aislada del mundo, atrapada en sus propios fantasmas. La
fortaleza en la que habitan —más prisión que refugio— actúa como herencia
maldita, un espacio donde los ecos del pasado se repiten y deforman. La
enfermedad, la sangre, el silencio y el delirio recorren las páginas como hilos
invisibles que entrelazan generaciones.
Amador no se limita a contar una historia: invoca una atmósfera. Su lenguaje, cargado de lirismo y sombra, es uno de los mayores logros de la novela. Cada frase parece labrada con precisión, construyendo imágenes que conmueven tanto como perturban. Esta belleza formal, sin embargo, no mitiga la violencia latente en la narración; al contrario, la intensifica, demostrando que la historia de una nación también puede ser narrada como una pesadilla estética.
Los personajes, marcados por la herencia y el
trauma, se mueven como sombras atrapadas en un ciclo eterno. Hay algo
profundamente simbólico en sus destinos, como si encarnaran las heridas no
cerradas de una sociedad entera. A través de ellos, Altasangre habla del
poder como maldición, de la memoria como cárcel, y de la violencia como legado.
Pero esta novela no solo confronta desde la
oscuridad: también lo hace desde el carnaval. Usando la lectura del bando, la
elección de la reina del carnaval y el ritmo frenético de las comparsas como
telón de fondo, Amador incorpora a los vampiros de forma mimética, fundiéndolos
con los rituales del baile y la fiesta. Cada página mueve el esqueleto del
lector, haciéndolo sentir el compás de la percusión y las cantaoras como una
extensión de su propio cuerpo. En esta mezcla, la celebración se convierte en
conjuro, y la alegría en máscara de lo ancestral.
Altasangre no ofrece respuestas fáciles ni desenlaces tranquilizadores. Por el contrario, deja al lector con una inquietud persistente, como si hubiese sido testigo de algo prohibido, algo que se repite cada año entre disfraces y sangre.
En definitiva, Altasangre es una obra
poderosa que renueva el imaginario gótico desde una mirada latinoamericana,
profundamente enraizada en la historia y el dolor de su territorio. Claudia
Amador ha escrito una novela que no se olvida fácilmente: un altar escritura de
la sangre, donde la belleza y la muerte bailan al mismo ritmo.
Les dejo este video del canal estereoscopio que revisa esta maravillosa novela
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