miércoles, 28 de mayo de 2025

Reinas, ruinas y vampiros: una parranda gótica en Altasangre

 

En Altasangre, la escritora barranquillera Claudia Amador erige una novela que se despliega como un palacio en ruinas: majestuoso, inquietante y lleno de secretos que supuran desde las paredes. Con una prosa poética, oscura y cuidadosamente acompasada por tamboras y trompetas, la autora nos arrastra hacia un universo gótico que trasciende el tiempo y el espacio carnavalesco para convertirse en una alegoría inquietante de la historia barranquillera y latinoamericana.

Desde las primeras páginas, la novela nos sitúa en un ambiente tupido y de parranda, dominado por la decadencia de una estirpe que vive aislada del mundo, atrapada en sus propios fantasmas. La fortaleza en la que habitan —más prisión que refugio— actúa como herencia maldita, un espacio donde los ecos del pasado se repiten y deforman. La enfermedad, la sangre, el silencio y el delirio recorren las páginas como hilos invisibles que entrelazan generaciones.


Amador no se limita a contar una historia: invoca una atmósfera. Su lenguaje, cargado de lirismo y sombra, es uno de los mayores logros de la novela. Cada frase parece labrada con precisión, construyendo imágenes que conmueven tanto como perturban. Esta belleza formal, sin embargo, no mitiga la violencia latente en la narración; al contrario, la intensifica, demostrando que la historia de una nación también puede ser narrada como una pesadilla estética.

Los personajes, marcados por la herencia y el trauma, se mueven como sombras atrapadas en un ciclo eterno. Hay algo profundamente simbólico en sus destinos, como si encarnaran las heridas no cerradas de una sociedad entera. A través de ellos, Altasangre habla del poder como maldición, de la memoria como cárcel, y de la violencia como legado.

Pero esta novela no solo confronta desde la oscuridad: también lo hace desde el carnaval. Usando la lectura del bando, la elección de la reina del carnaval y el ritmo frenético de las comparsas como telón de fondo, Amador incorpora a los vampiros de forma mimética, fundiéndolos con los rituales del baile y la fiesta. Cada página mueve el esqueleto del lector, haciéndolo sentir el compás de la percusión y las cantaoras como una extensión de su propio cuerpo. En esta mezcla, la celebración se convierte en conjuro, y la alegría en máscara de lo ancestral.

Altasangre no ofrece respuestas fáciles ni desenlaces tranquilizadores. Por el contrario, deja al lector con una inquietud persistente, como si hubiese sido testigo de algo prohibido, algo que se repite cada año entre disfraces y sangre.

En definitiva, Altasangre es una obra poderosa que renueva el imaginario gótico desde una mirada latinoamericana, profundamente enraizada en la historia y el dolor de su territorio. Claudia Amador ha escrito una novela que no se olvida fácilmente: un altar escritura de la sangre, donde la belleza y la muerte bailan al mismo ritmo.

Les dejo este video del canal estereoscopio que revisa esta maravillosa novela


No hay comentarios:

Superman: Hijo Rojo — El superhombre bajo la hoz y el martillo

Desde su creación en 1938, Superman trasciende el concepto de ser un simple personaje de cómic; se ha convertido en un ícono. Encarnar la im...