Buena parte de las distopias cinematográficas proponen el
desarrollo y distribución de alguna clase de fármaco que mantiene inconsciente
a quien la toma, listo para seguir la voluntad del regente de turno. En cada
una de ellas el estricto régimen depende de la obediente ingesta por parte del
pueblo de dicho medicamento, que por cierto siempre luce como una pastilla. La
norma es que este medicamento avalado por el estado sea asociado a sus presentaciones
habituales: inyección o tableta. Pero, no debemos olvidar que los fármacos también
pueden dar lugar a las adicciones, que pueden ser muy diversas, entre ellas se
puede ser adicto a ver televisión, por ende, la tv es un fármaco muy sutil,
indoloro y cuyos efectos secundarios se ven en años. La distopia actual que
vivimos en carne propia no es tan refinada como la THX 1138 de Lucas, o Equilibrium
de Wimmer, o La Naranja Mecánica de Kubrick, o el Farenheit 451 de Truffaut,
incluso la memorable obra de Saramago Ensayo de la Ceguera se acerca más a lo
que nos adolece como sociedad; por el contrario, la nuestra más bien parece una
improvisada forma de retener el control en las manos de los sospechosos
habituales. Mas allá de lo nefasto que han sido estos últimos años para el país,
parece que este régimen avinagrado, con tufillo de propaganda a la Goebbels (que
sus principios de la propaganda, escritos en la década de 1930, sean todavía usados
no tiene precio), aun cree que la mejor droga para controlar al pueblo es la televisión,
en especial cuando las opciones se cierran a los dos canales más tóxicos que ha
podido engendrar la televisión privada.
Los contenidos televisivos actuales se sirven de las
franquicias y la imitación de “formatos exitosos” del primer mundo, lo que deja
raquítica la producción local, en especial las telenovelas. Hubo un momento
dorado donde se hacían buenas producciones, historias que tomaban contextos más
cercanos a la realidad, incluso se acercaban a las regiones y darnos una panorámica
de lo que ocurría en la periferia. Para esos años eso era suficiente para alienar
a los devotos y devotas de la caja idiota. En la actualidad, como lo señala
Mark Fisher, la cultura actual “privilegia lo presente y lo inmediato”, complementado
esto expresa que: “la anulación del largo plazo se extiende tanto hacia atrás como
hacia adelante en el tiempo.” (Fisher, 2009). Esto nos lleva a pensar como un
tema monopoliza la atención de los noticieros por un lapso no mayor a una semana;
luego es olvidado para darle paso a otro mas agravante. Otro aspecto a tener en
cuenta sobre los contenidos converge en una cultura excesivamente nostálgica,
lo que conlleva a una incapacidad, por miedo a que no funcione, de generar novedades
auténticas, expresado en un deseo por volver a las formas culturales familiares.
Lo nuevo resulta hostil, dejando la única opción de refugiarse en la seguridad
de lo viejo conocido.
El tema que ha monopolizado por un largo tiempo a los noticieros
es la pandemia. La gente al principio lo tomo como un mensaje del apocalipsis y
solo veían en sus mentes el fin del mundo. Podo a poco la rebeldía se fue
apoderando ante el desespero del encierro prolongado y las ganas de respirar
smog puro. La gente ya no estaba haciendo caso del todo, incluso algunos
pensaban que esto era producto de una sofisticada simulación computarizada y
que ese tal virus no existe. ¿Cómo recuperar el control ante esta situación? La
respuesta se encontraba en volver a emitir las novelas que ya habían cautivado a
millones, nada como una buena capsula de nostalgia para alienar a la mayoría.
Sin lugar a dudas una de las ultimas producciones televisivas de alto rating
fue Betty La Fea (Gaitan, 1999), una historia que nos trasladaba durante
treinta minutos a una realidad que lucia como la nuestra, usufructuando la clase
media trabajadora, en la que los poco agraciados debían de hacerse a un lugar
para conquistar el sueño propuesto por el realismo capitalista, el final feliz donde
la protagonista tiene fortuna, belleza, mansión, beca y un par de vehículos. A
eso nos acostumbraron los dramas mexicanos, en especial con el multiverso de adaptaciones
que involucraban a Thalia: Marimar, María la del Barrio y María Mercedes. En
fin.
El debut de Beatriz Aurora Pinzón Solano – Betty, para las
amigas - la secretaria poco atractiva de la empresa Ecomoda, fue emitido desde
el 25 de octubre de 1999 hasta el 8 de mayo de 2001. Muy pocos tenían acceso a
la televisión por cable en aquel entonces, salvo por los planes de parabólica
de barrio, lo que garantizo una gran audiencia y bastantes charlas en la hora
del almuerzo sobre cada capítulo. Fernando Gaitán, el guionista responsable de
esta épica fantasía televisiva, supo combinar hábilmente los ingredientes
dramáticos y darles un giro que cautivo a la mayoría de personas que se
“identificaron” con las ocurrencias y situaciones de Betty. Algunas historias
envejecen bien y logran volver de la pila de descarte, pero ¿realmente era
necesario que volviera esta novela para salvar el raiting caído de un canal
mediocre? Parece ser, la respuesta, el alcaloide perfecto para olvidar toda la
tramoya estatal, las masacres, la corrupción y todas las posibles jugaditas
legales para instaurar una dictadura de cartón corrugado. Sin embargo, traer de
nuevo a la vida mediática algo del pasado, equivale a un muerto viviente, y el sentido
común nos ha enseñado lo que sucede cuando desafiamos los designios de la vida
terrenal: se vuelve en nuestra contra.
El público de hoy no es el mismo de ayer, en especial cuando
lo que disfrutaron unos, otros lo ven como una perdida de tiempo carente de
sentido. Entre 1999 y 2001 el país estaba bajo el mandato de Andrés Pastrana,
digno delfín de Misael Pastrana, que poco o nada hizo más allá de “intentar un
dialogo con la guerrilla de las FARC y hacer la famosa “zona de despeje”. La
violencia no cesaba en distintas regiones y la guerra contra el narcotráfico seguía
su curso. En ese contexto la propuesta de Fernando Gaitán cayó como un bálsamo para
distraer y, como lo señala Hoggart en su análisis de la cultura obrera, fue una
invitación al mundo del algodón de azúcar al que pocos podían resistir. La
protagonista, Betty, a diferencia del estereotipo tradicional, si estaba
formada en la universidad como economista, pero parecía sobrecalificada para su
asignación. Muchas personas se identificaban con esta mártir del modelo
neoliberal: el no ser agraciado, no consumir aquello que designa la tendencia y
no poder aspirar a otra cosa que sobrevivir. Pienso que las audiencias
juveniles, que están mas en el streaming que en la tv convencional, verían en
esta tragicomedia la matriz de creencias que domino a sus padres y madres, al igual
que a sus abuelos y abuelas: los bellos triunfan sobre los feos, pero ¿Quién define
la belleza y la fealdad en la realidad mediada? Así las cosas, mas una
televidente actual que le dedique unos minutos a esta capsula de morfina visual
diría que atenta contra las luchas que han dado las mujeres desde Gloria
Steinem.
Las comparaciones son odiosas, pero mientras un canal tiene
a Betty como su as para recuperar audiencia; la competencia tiene a los gavilanes,
pesos pesados en un ring de peso pluma. Es una contienda de resurrectos que
carga a cuestas con el hedor de un tiempo mejor, con la toxica nostalgia que
mantiene a raya la creatividad para alentar la sobreoferta de reencauches y
remakes, demostrando así los síntomas de una lenta cancelación del futuro, en
el que la producción cultural se reduce y sigue saqueando la veta del pasado
para seguir alimentando las viejas creencias. Mientras esto siga así por parte
de la cultura oficial, las viejas capsulas televisivas seguirán surtiendo
efecto en la población mas proclive a la nostalgia.
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