jueves, 7 de enero de 2021

Por que resucitar a Betty, si no era tan agraciada: los viejos fármacos vencidos aun tienen efecto.


Buena parte de las distopias cinematográficas proponen el desarrollo y distribución de alguna clase de fármaco que mantiene inconsciente a quien la toma, listo para seguir la voluntad del regente de turno. En cada una de ellas el estricto régimen depende de la obediente ingesta por parte del pueblo de dicho medicamento, que por cierto siempre luce como una pastilla. La norma es que este medicamento avalado por el estado sea asociado a sus presentaciones habituales: inyección o tableta. Pero, no debemos olvidar que los fármacos también pueden dar lugar a las adicciones, que pueden ser muy diversas, entre ellas se puede ser adicto a ver televisión, por ende, la tv es un fármaco muy sutil, indoloro y cuyos efectos secundarios se ven en años. La distopia actual que vivimos en carne propia no es tan refinada como la THX 1138 de Lucas, o Equilibrium de Wimmer, o La Naranja Mecánica de Kubrick, o el Farenheit 451 de Truffaut, incluso la memorable obra de Saramago Ensayo de la Ceguera se acerca más a lo que nos adolece como sociedad; por el contrario, la nuestra más bien parece una improvisada forma de retener el control en las manos de los sospechosos habituales. Mas allá de lo nefasto que han sido estos últimos años para el país, parece que este régimen avinagrado, con tufillo de propaganda a la Goebbels (que sus principios de la propaganda, escritos en la década de 1930, sean todavía usados no tiene precio), aun cree que la mejor droga para controlar al pueblo es la televisión, en especial cuando las opciones se cierran a los dos canales más tóxicos que ha podido engendrar la televisión privada.  

Los contenidos televisivos actuales se sirven de las franquicias y la imitación de “formatos exitosos” del primer mundo, lo que deja raquítica la producción local, en especial las telenovelas. Hubo un momento dorado donde se hacían buenas producciones, historias que tomaban contextos más cercanos a la realidad, incluso se acercaban a las regiones y darnos una panorámica de lo que ocurría en la periferia. Para esos años eso era suficiente para alienar a los devotos y devotas de la caja idiota. En la actualidad, como lo señala Mark Fisher, la cultura actual “privilegia lo presente y lo inmediato”, complementado esto expresa que: “la anulación del largo plazo se extiende tanto hacia atrás como hacia adelante en el tiempo.” (Fisher, 2009). Esto nos lleva a pensar como un tema monopoliza la atención de los noticieros por un lapso no mayor a una semana; luego es olvidado para darle paso a otro mas agravante. Otro aspecto a tener en cuenta sobre los contenidos converge en una cultura excesivamente nostálgica, lo que conlleva a una incapacidad, por miedo a que no funcione, de generar ­novedades auténticas, expresado en un deseo por volver a las formas culturales familiares. Lo nuevo resulta hostil, dejando la única opción de refugiarse en la seguridad de lo viejo conocido.

El tema que ha monopolizado por un largo tiempo a los noticieros es la pandemia. La gente al principio lo tomo como un mensaje del apocalipsis y solo veían en sus mentes el fin del mundo. Podo a poco la rebeldía se fue apoderando ante el desespero del encierro prolongado y las ganas de respirar smog puro. La gente ya no estaba haciendo caso del todo, incluso algunos pensaban que esto era producto de una sofisticada simulación computarizada y que ese tal virus no existe. ¿Cómo recuperar el control ante esta situación? La respuesta se encontraba en volver a emitir las novelas que ya habían cautivado a millones, nada como una buena capsula de nostalgia para alienar a la mayoría. Sin lugar a dudas una de las ultimas producciones televisivas de alto rating fue Betty La Fea (Gaitan, 1999), una historia que nos trasladaba durante treinta minutos a una realidad que lucia como la nuestra, usufructuando la clase media trabajadora, en la que los poco agraciados debían de hacerse a un lugar para conquistar el sueño propuesto por el realismo capitalista, el final feliz donde la protagonista tiene fortuna, belleza, mansión, beca y un par de vehículos. A eso nos acostumbraron los dramas mexicanos, en especial con el multiverso de adaptaciones que involucraban a Thalia: Marimar, María la del Barrio y María Mercedes. En fin.

El debut de Beatriz Aurora Pinzón Solano – Betty, para las amigas - la secretaria poco atractiva de la empresa Ecomoda, fue emitido desde el 25 de octubre de 1999 hasta el 8 de mayo de 2001. Muy pocos tenían acceso a la televisión por cable en aquel entonces, salvo por los planes de parabólica de barrio, lo que garantizo una gran audiencia y bastantes charlas en la hora del almuerzo sobre cada capítulo. Fernando Gaitán, el guionista responsable de esta épica fantasía televisiva, supo combinar hábilmente los ingredientes dramáticos y darles un giro que cautivo a la mayoría de personas que se “identificaron” con las ocurrencias y situaciones de Betty. Algunas historias envejecen bien y logran volver de la pila de descarte, pero ¿realmente era necesario que volviera esta novela para salvar el raiting caído de un canal mediocre? Parece ser, la respuesta, el alcaloide perfecto para olvidar toda la tramoya estatal, las masacres, la corrupción y todas las posibles jugaditas legales para instaurar una dictadura de cartón corrugado. Sin embargo, traer de nuevo a la vida mediática algo del pasado, equivale a un muerto viviente, y el sentido común nos ha enseñado lo que sucede cuando desafiamos los designios de la vida terrenal: se vuelve en nuestra contra.

El público de hoy no es el mismo de ayer, en especial cuando lo que disfrutaron unos, otros lo ven como una perdida de tiempo carente de sentido. Entre 1999 y 2001 el país estaba bajo el mandato de Andrés Pastrana, digno delfín de Misael Pastrana, que poco o nada hizo más allá de “intentar un dialogo con la guerrilla de las FARC y hacer la famosa “zona de despeje”. La violencia no cesaba en distintas regiones y la guerra contra el narcotráfico seguía su curso. En ese contexto la propuesta de Fernando Gaitán cayó como un bálsamo para distraer y, como lo señala Hoggart en su análisis de la cultura obrera, fue una invitación al mundo del algodón de azúcar al que pocos podían resistir. La protagonista, Betty, a diferencia del estereotipo tradicional, si estaba formada en la universidad como economista, pero parecía sobrecalificada para su asignación. Muchas personas se identificaban con esta mártir del modelo neoliberal: el no ser agraciado, no consumir aquello que designa la tendencia y no poder aspirar a otra cosa que sobrevivir. Pienso que las audiencias juveniles, que están mas en el streaming que en la tv convencional, verían en esta tragicomedia la matriz de creencias que domino a sus padres y madres, al igual que a sus abuelos y abuelas: los bellos triunfan sobre los feos, pero ¿Quién define la belleza y la fealdad en la realidad mediada? Así las cosas, mas una televidente actual que le dedique unos minutos a esta capsula de morfina visual diría que atenta contra las luchas que han dado las mujeres desde Gloria Steinem.

Las comparaciones son odiosas, pero mientras un canal tiene a Betty como su as para recuperar audiencia; la competencia tiene a los gavilanes, pesos pesados en un ring de peso pluma. Es una contienda de resurrectos que carga a cuestas con el hedor de un tiempo mejor, con la toxica nostalgia que mantiene a raya la creatividad para alentar la sobreoferta de reencauches y remakes, demostrando así los síntomas de una lenta cancelación del futuro, en el que la producción cultural se reduce y sigue saqueando la veta del pasado para seguir alimentando las viejas creencias. Mientras esto siga así por parte de la cultura oficial, las viejas capsulas televisivas seguirán surtiendo efecto en la población mas proclive a la nostalgia.     

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