Chartron Heston en el filme Soylent Green / Cuando el futuro nos alcance |
He sido cinéfilo desde mi tierna infancia. Mientras los demás niños y niñas
socializaban en la calle yo prefería estar aislado en mi habitación junto al
televisor viendo películas, en especial las de ciencia ficción, siempre me
gusto la manera en que estos filmes alimentaban mi imaginación y la llevaban a
explorar sus límites. La caja idiota como la llaman algunos especuladores del
saber, era para mi una ventana a otras formas de ver y entender el mundo. Por
aquel entonces, hablamos de los años ochenta, las salas de cine eran muy
estrictas con el ingreso de menores a las películas clasificadas- por eso no
pude ver el imperio contraataca – por lo tanto, había que esperar que la
transmitieran por televisión nacional.
Mientras algunas me llevaban a otras galaxias para librar guerras contra regímenes
opresores, otras mostraban los peligros de una posible guerra biológica, una
pandemia desatada por el descuido de algún empleado o un maquiavélico plan para
mantener a raya a la población; todas estas historias ocurrían a muchos kilómetros
de distancia y, para mi tranquilidad, parecían no llegar a nuestro país por
aquello de “los treinta años de retraso” de la revolución en marcha del
gobierno liberal de la década de los treinta del siglo pasado.
Recuerdo cuando vi por primera vez “12 Monos” dirigida por Terry Gilliam,
basada en el cortometraje de Chris Marker “La Jeete”. Esas imágenes de James
Cole viajando al pasado para evitar la liberación de un virus creado para
diezmar la población humana, las desoladas calles llenas de nieve, centros
comerciales abandonados y animales sueltos por toda filadelfia; Instantáneas de
un peligro que tal vez ocurriría en el 2050 o algo así, pensaba yo por aquel
entonces. Sin sospecharlo mi mente fue acumulando esos registros como capas
para luego comenzar a darles sentido algunos años mas tarde.
Para 2009 el mundo conoció el agente viral H1N1, bautizado como fiebre
porcina. La agenda mediática y cultural orientaron sus esfuerzos a generar altos
niveles de pánico que desencadenan una paranoia colectiva que incidió
notoriamente en el incremento de artículos de primera necesidad, los tapabocas
se agotaron en solo dos días, el papel higiénico empezó a escasear, ya para
rematar desde el 2008 se venían presentando temblores en diversas partes del
planeta. Frases como “El fin del mundo estaba cerca”, “el libro del apocalipsis
tenía la razón”, “Nostradamus lo predijo”, entre otras, alimentaron el
inconsciente colectivo y dieron pie a contemplar el vaticinio que hicieren filmes
como “28 días después” (2002, Danny Boyle), sin embargo aún en las películas de
pandemias nuestro país, este hermoso platanal consagrado al sagrado corazón de Jesús,
no estaba incluido en las listas. Eso estaría por cambiar años mas tarde.
Para 2011 se estreno el reboot de Planet of The Apes, dirigida por Rupert
Wyatt, en la cual presentaba al final el seguimiento del contagio del virus que
comienza con un piloto de vuelos comerciales y como va infectando a los demás países,
incluido Colombia. ¿qué? ¿este virus si llegara a nuestro país? Ese fue el día
que me preocupe y dio paso a mis registros distópicos para que comenzaran a
generar posibles hipótesis del fin del mundo.
A finales del año anterior, el 2019, varios países comenzaron a manifestar
su inconformismo y malestar con los gobernantes y sus planes de gobierno. Las manifestaciones
comenzaron a brotar en varias ciudades: Paris, Santiago de Chile, La paz, Lima,
Puerto Rico, Buenos Aires, Hong Kong, Beijing, entre otras. El 21N puso en marcha
la acción colectiva que pelo el cobre del gobierno, que recurrió a mediocres
estrategias de pandemia mediática, cadenas de WhatsApp, campañas comerciales
para evitar los desmanes y desacreditar la manifestación en pro del vandalismo
y el sabotaje de “grupos” como “el foro de sao paulo”, ya me imagino yo al
gabinete reunido para resolver este interrogante ¿Cómo aplacaremos esta ola de
manifestaciones? La respuesta vendría en forma de alerta en salubridad desde el
remoto continente asiático: el coronavirus.
Creo que ya no necesito ver mas películas, estoy en una. Con el paso de los
días me siento como un James Cole (12 Monos), un Juan Salvo (El eternauta), un
sobreviviente que debe salir a la calle para buscar el sustento y no dejar
apagar la hoguera que mantiene a mi esposa y mis gatas con vida. Los titulares
de prensa no hacen más que incrementar el distanciamiento con las demás personas,
la urgente necesidad de acabar con los abarrotes de los supermercados, el no
salir de las viviendas, el déficit financiero, la devaluación del peso colombiano,
el cierre de establecimientos y otras perlas maravillosas para alentar el fin
de la existencia.
Cabe anotar en todo este relato que estamos en manos de personas con una
baja competencia en gobernabilidad y poco asesoramiento de gente experta en el
tema, mejor difundamos el pánico, generemos miedo en cantidades industriales,
arrastremos a la población a sus límites éticos y estimulemos la supervivencia
individual. Si, los medios se han encargado de paniquear a la población y pues
eso ya cansa, esta recalcitrante retahíla del desastre no es otra cosa que una
estrategia estilo “Terapia del Shock”, teoría propuesta por la criticada Naomi
Klein. Siendo protagonista de esta narrativa, mi cosmovisión me exige ser
consecuente con mis acciones y simplemente seguir adelante, pero tantos decretos
y planes de contingencias a diario me ponen a dudar sobre mi supervivencia,
justo cuando llegaba a un punto de equilibrio en mi bienestar mental.
“Bienvenidos al Futuro”, con esta frase de Cesar Gaviria, presidente electo
para el periodo 1990-1994, inicio un plan de gobierno que vino acompañado de
racionamientos energéticos, tratados de libre comercio, importación de materias
primas y otras arandelas que promovían los vientos del modelo neoliberal
generado a finales de la década del setenta. El panorama actual conduce a lo
que Mark Fisher denomina una “lenta cancelación del futuro”, esa línea punteada
que esta por escribirse basada en la experiencia presente. Esta pandemia actual
esta demostrando la fragilidad de este modelo económico que se jactaba de ser
lo mejor y nos conducirá, momentáneamente, a redefinir nuestra lente distopica.
Orwell, Huxley y Bradbury se han convertido en guías diagnosticas de un
presente infoxicado. Las distopias se han convertido en edulcoradas tramas para
disfrutar un domingo en la tarde.
Con todo solo me queda preguntar ¿Qué nos
dapara el mañana, si es que lo hay? ¿sobreviviremos al menos para ver algún Max
Rockatansky, un Inmortan Joe o alguna Imperator Furiosa en el camino? ¿seremos
soylent green, pasta comestible para quienes la puedan pagar? ¿seremos leyenda
como Robert Neville? ¿seremos testigos de la Larga Marcha de Richard Bachman?
La verdad solo queda agua y ajo, aguantarnos y a jodernos, que más da tener
paciencia y en cuatro letras resistencia, no ha servido de mucho.
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