Se abre el telón
¿Quién podría imaginar que unas vacaciones en un resort de lujo se transformarían en una serie de traumas, interacciones superficiales y delitos que ocurren lánguidamente? The White Lotus, creada por Mike White y disponible en HBO, es una obra maestra televisiva que fusiona una sátira mordaz, personajes maravillosos y despreciables, y paisajes que son a la vez hermosos e inquietantes. Cada temporada presenta una nueva ubicación, un elenco renovado y una nueva dosis de incomodidad estética que se asemeja a estar atrapado en un empalagoso aperitivo interminable con personas acaudaladas que te resultan desagradables, pero es imposible dejar de observar.
Cada temporada de
The White Lotus se asemeja a sumergirse en una pecera dorada donde los peces
exquisitos se atacan entre sí mientras sonríen para la cámara. La premisa es
simple pero cautivadora: un resort de lujo, huéspedes privilegiados y empleados
al borde del colapso, todo ello con un cadáver que se anticipa desde el primer
episodio. Sin embargo, lo verdaderamente relevante no es quién muere, sino cómo
todos van menguando por dentro mucho antes de que se acerquen al ataúd.
La primera temporada, ambientada en Hawái, nos transporta a un paraíso ilusorio con atardeceres impresionantes y una tensión social palpable. La segunda temporada, que tiene lugar en Sicilia, intensifica el deseo, la sexualidad y el misterio, con villas barrocas, aguas azul profundo y una atmósfera que promete "vacaciones que terminarán mal, pero todo se siente tan bien". La tercera nos lleva a Tailandia, se caracteriza por una atmósfera más operística y dramática, con una crítica al turismo superficial y la desconexión de los visitantes con la cultura local
Cada escenario
trasciende ser un simple fondo atractivo: casi cobra vida como un personaje.
Hawái resuena con un mensaje de "colonialismo acompañado de spa",
mientras que Sicilia está impregnada de sensualidad, secretos y una atmósfera
de tragedia griega acompañada de un buen Aperol spritz, en Tailandia el telón de
fondo se tiñe de un barniz más wagneriano.
Máscaras, lujos y miserias
Uno de los aspectos
que eleva The White Lotus a niveles casi adictivos es su desfile de personajes
extravagantes pero auténticos; sí, auténticos, porque todos hemos conocido a
alguien como Tanya, Shane, Harper o Greg (ojalá que no). Mike White posee un talento
casi cruel para exponer las peores facetas de las personas, haciéndonos reír
mientras se desmoronan emocionalmente junto a una piscina infinita.
En cuanto a Tanya,
Jennifer Coolidge se adjudica cada escena como si fuera una diosa griega
desorientada enfrentando una crisis existencial, adornada con flotadores en
forma de flamenco. Su actuación es una mezcla magistral de comedia y tragedia.
Exhibe fragilidad, excentricidad, vulnerabilidad, egoísmo y, de alguna manera,
se establece como una verdadera reina. Su evolución es casi teatral, un tipo de
historia que es difícil de olvidar.
En la segunda
temporada, Aubrey Plaza nos ofrece una lección maestra sobre la contención y la
agresividad pasiva. Su personaje, Harper, es la reina de los gestos sutiles, el
arte de la incomodidad con clase y las miradas que transmiten un mensaje claro:
"desprecio todo esto". Y no
podemos olvidar al trío Di Grasso (Michael Imperioli, F. Murray Abraham y Adam
DiMarco): un linaje masculino cargado de traumas familiares, deseos reprimidos
y una total falta de autoconciencia.
En la tercera el elenco incluye a
Michelle Monaghan, Aimee Lou Wood, Patrick Schwarzenegger, Aubrey Plaza y
Natasha Rothwell, quien retoma su papel de Belinda. La temporada también presenta a nuevos personajes que exploran
dinámicas familiares y relaciones complejas.
Cada uno de los
personajes, sin importar lo patéticos, narcisistas o molestos que puedan ser,
está tan elaboradamente diseñado que resulta casi hipnótico. Es como observar a
un grupo de adinerados lidiando con sus conflictos emocionales mientras el
mundo a su alrededor se consume en llamas. . . y te resulta imposible apartar
la mirada.
Entre hilos dorados y nudos emocionales
The White Lotus va
mucho más allá de ser solo un relato sobre ricos lamentándose en jacuzzis. Se
trata de una crítica punzante, sofisticada y a menudo cómica sobre el poder, la
desigualdad, el colonialismo contemporáneo, las dinámicas de clase, el turismo
explotador y, por supuesto, el sexo como una forma de trueque emocional y
tangible. Todo esto se sirve con una estética de revista de viajes y una
tensión que te impulsa a cuestionar tu propio pasaporte y ética al mismo
tiempo.
En Hawái, la serie
aborda de manera cruda, aunque camuflada como comedia incómoda, la apropiación
cultural y el turismo colonial. ¿Quién podría olvidar a los huéspedes que
buscan "conectarse con lo auténtico" mientras ignoran a los
empleados, tratándolos como si fueran parte del mobiliario? Lo sorprendente es
que nunca se lo lanza directamente en la cara, sino que te presenta un reflejo
de tu propia realidad. . . y te hace reír de lo mal que te ves.
La temporada
ambientada en Sicilia se vuelve más personal y visceral. En este contexto, el
poder se desplaza entre pasiones, billeteras y mentiras. Las relaciones son
marcadas por la desconfianza, la infidelidad y el incesante juego de
apariencias. La belleza del entorno contrasta drásticamente con la fealdad
interna de los personajes. Es como aceptar una invitación a una cena
deslumbrante, donde todos son conscientes de que al final alguien terminará
llorando, pero aun así se sirven otra copa de vino.
Mike White no produce sermones, sino laberintos. Cada diálogo trivial, cada gesto y cada mirada furtiva están impregnados de significado. Y tú, como espectador, te quedas ahí, atrapado, intentando averiguar quién es el más miserable. . . y disfrutando cada instante.
Al compás de la
belleza y el caos
Visualmente, The
White Lotus es una fantasía. Todo está cuidado al detalle: desde las vistas
de postal hasta la decoración de los resorts, cada plano parece salido de una
revista de lujo… si la revista tuviera una sección de ansiedad existencial. El
contraste entre la belleza del entorno y la podredumbre emocional de los
personajes es tan fuerte que a veces sientes que la cámara te está juzgando.
La primera
temporada juega con la luz tropical, los colores cálidos, el paraíso
aparentemente perfecto. Pero hay algo en el encuadre, en cómo se mueven los
personajes, que siempre te hace sentir que algo no cuadra. La segunda, en
Sicilia, es más rica, más barroca, más sensual. Las tomas son casi
cinematográficas, y la arquitectura antigua le da un aire de decadencia
hermosa, como si todos los personajes estuvieran participando en una ópera que
aún no saben que es trágica.
Y ahora... el
soundtrack. Ese opening. Eso no es música, es un hechizo. La intro de la
primera temporada, con sus tambores tribales desquiciados, te pone nervioso
desde el primer segundo. La segunda temporada sube la apuesta con un remix
etéreo-electrónico de canto lírico siciliano que suena como si una sirena
drogada te estuviera advirtiendo que huyas… pero tú decides quedarte, porque el
ritmo está demasiado bueno.
Cristobal Tapia de
Veer (el compositor) no solo hizo una banda sonora, creó un lenguaje. La música
es parte de la narrativa. Te manipula emocionalmente, te avisa que algo va a
explotar… y lo hace con tanta clase que ni te importa.
A modo de conclusión
The White Lotus es una experiencia. No solo ves la serie,
la sientes, la analizas, la comentas en grupo, y luego te quedas mirando al
techo preguntándote si en tu próximo viaje te vas a convertir en alguno de
estos personajes (spoiler: sí, probablemente en una mezcla entre Harper con
resaca y Tanya al borde del colapso).
Es elegante,
incómoda, hermosa, oscura, retorcida y divertidísima. Cada temporada funciona
como una cápsula de locura emocional, una especie de safari humano donde los
animales peligrosos no son los cocodrilos, sino los invitados de cinco
estrellas. Y lo mejor de todo es que nunca sabes si estás del lado de los
buenos, porque probablemente no los hay.
Mike White ha
creado algo único: una serie que te hace reír, pensar y sufrir todo al mismo
tiempo. Y con cada temporada se supera, lo que solo hace que la espera por la
tercera (¡Tailandia!) sea una mezcla de emoción, ansiedad y ganas de empacar
ya.
En resumen: The
White Lotus es puro arte disfrazado de entretenimiento de lujo. Una crítica
social con bronceador y vino blanco. Y sí, la recomiendo con locura. Solo no la
mires esperando descansar... porque el descanso se termina en el primer minuto,
justo después de ese opening infernalmente perfecto.
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