domingo, 20 de abril de 2025

HELLBLAZER JOYRIDE (un paseo en Coche). Escrito por Andy Diggle y dibujado por Leonardo Manco

 

El cielo y el infierno están aquí, detrás de cada pared, de cada ventana. Es un mundo tras el mundo, y nosotros estamos en medio. Ángeles y demonios no pueden entrar en nuestra dimensión. A los que lo hacen les llamo híbridos. Son los suministradores de influencia, solo pueden susurrarnos al oído. Pero una única palabra suya puede armarte de valor o convertir tu placer favorito en la peor de tus pesadillas. Tanto los esbirros del demonio como los de naturaleza angelical viven entre nosotros. Llaman a eso el equilibrio, en cambio yo le llamo hipocresía eterna

John Constantine

 

Tal como él mismo admite, John Constantine se desempeña como el tipo que se encarga de las tareas más complicadas que conllevan lidiar con entidades malignas. Este exorcista de clase trabajadora y con un estilo punk inicia esta historia en una situación precaria, atado y con el agua casi al cuello, siendo interrogado por un asesino a sueldo que ha sido enviado a acabar con su vida. Esta escena inicial sirve como el primer indicio de un complot que llevará al lector a explorar un nuevo caso de gentrificación urbana, donde fuerzas caóticas buscan demoler un antiguo conjunto habitacional.  A lo largo de los dos primeros capítulos, descubrimos que el asesino trabaja para un gangster que, tras ser encarcelado, delega sus actividades delictivas a su hija, lo cual desagrada al segundo al mando, quien conspira para eliminarla. Constantine recibe una solicitud del gánster para investigar la situación, y luego de una incursión infernal en la prisión, el gánster ordena a su mano derecha que acabe con él. Aunque la situación parece crítica para Constantine, es crucial recordar que entre sus habilidades se encuentra la de ser un embaucador astuto, cuyo ingenio lo llevará a una salida inesperada que lo enfrentará a viejas memorias no resueltas y a un adversario que persigue solo sus propios intereses.

Andy Diggle regresa a las raíces de Constantine con un enfoque que recuerda a los tiempos de Dangerous Habits.  Revive al personaje con su característico sarcasmo y su naturaleza áspera, utilizando sus trucos habituales para equilibrar los aspectos oscuros y luminosos de su vida. De igual forma, el ilustrador Leonardo Manco, conocido por su trabajo en All His Engines de Dany Carey, crea una atmósfera sombría y densa que nos transporta a los rincones más oscuros de Londres. Tras su salida, Constantine se dirige a un antiguo asilo que ahora ha sido convertido en casino, donde había estado internado en el pasado.  Su misión es clara: recuperar un objeto perdido en ese lugar durante su estancia, que podría ayudarle a manejar sus habilidades más eficazmente.  Sin embargo, regresar trae consigo recuerdos dolorosos y momentos difíciles que preferiría olvidar.  

La tercera historia presenta a una pandilla de delincuentes menores que, durante una noche de borrachera, atropellan accidentalmente a una pareja con su bebé, resultando en la muerte del niño.  El padre, en su dolor, busca justicia que jamás llega, visto que su origen humilde parece jugar en su contra.  Un día, un extraño se presenta y le ofrece la oportunidad de mudarse a un exclusivo complejo residencial, prometiendo que todo será gratuito y brindándole la posibilidad de vengarse de aquellos que causaron la muerte de su hija.  El hombre acepta y se traslada a este lujoso vecindario, donde todos muestran una amabilidad inquietante.  Poco después, los culpables comienzan a morir de maneras misteriosas, aparentemente eliminándose entre sí.  Constantine, al investigar, descubre cadáveres extraños en la vecindad de la pareja que había dejado atrás.  Estos cuerpos revelan signos de magia negra, y las pistas lo conducen de vuelta a la urbanización idealizada y al extraño que la gestiona, un individuo que claramente tiene intenciones siniestras al atraer a esa gente allí.


Como alguien que no lee Hellblazer con frecuencia, he observado que en tiempos recientes parece haber una rotación constante de escritores, siendo Leonardo Manco el único que se ha mantenido constante durante este tiempo. En términos generales, creo que su estilo encaja perfectamente con el cómic. Sus ilustraciones de los personajes tienen una calidad cinematográfica, presentando rasgos bien definidos y algunas imágenes a página completa. Sin embargo, lo que realmente me impresiona es su habilidad para representar los elementos sobrenaturales de Hellblazer. Debo reconocer su destreza para crear escenas de horror: ya sea con tentáculos que surgen de un símbolo grabado en el suelo o con un antiguo chamán de cuernos flotando en una prisión de almas, Manco logra capturar la esencia de lo sobrenatural, lo extraño y lo aterrador de manera magistral. Esto complementa la narrativa de Diggle, quien parece intencionalmente proporcionarle a Manco situaciones que realzan su talento visual. Además, otro aspecto en el que Diggle sobresale es en la representación del entorno realista que rodea a estos personajes. Me gustan sus ilustraciones de edificios, ya sea el horizonte de Londres o una antigua mansión de estilo gótico. Hay un gran nivel de detalle en su trabajo, y es un verdadero deleite tomarse un momento para admirar estas creaciones. Aunque Manco puede parecer un tanto apresurado en algunas páginas de vez en cuando, esto resalta sobre su trabajo habitual, que generalmente es mucho más cuidado.

Sin lugar a duda, aconsejo leer este arco de John Constantine, quien se encuentra en circunstancias que ningún ser humano normal se atrevería a concebir. Esta historia no solo nos conecta con lo que reside en las tuberías de la ciudad, sino que también aborda la inseguridad en las áreas urbanas y las estrategias utilizadas para continuar gentrificando la ciudad en favor de una minoría privilegiada.

miércoles, 16 de abril de 2025

Black Mirror 7ma temporada: Si el presente es distopía ¿Qué sentido tiene la ciencia ficción?


Desde que los smartphones y las tablets se apoderaron de la atención humana, emerge ese Black Mirror, ese espejo negro que refleja lo peor —y lo más inquietantemente posible— de nuestra relación con la tecnología, el poder y nosotros mismos. A lo largo de sus temporadas, la serie creada por Charlie Brooker ha pasado de ser una visión casi profética de futuros posibles, a convertirse en una antología que no solo incomoda, sino que también nos obliga a mirar de frente las preguntas que evitamos hacernos.

La recientemente estrenada séptima temporada marca un punto de inflexión: el espejo ya no solo refleja pantallas, sino también proyecta un optimismo utópico. ¿Qué pasa cuando la distopia es el presente? ¿Para que la ciencia ficción? Estas son las preguntas que cruza esta nueva entrega, en la que cada episodio explora los bordes difusos entre el sistema de salud, la creación fílmica y los recuerdos dolorosos.

Seis capítulos que tienen una duración que oscila entre 50 minutos y una hora y media, enfocados en las posibles innovaciones tecnológicas y sociales que podríamos encontrar en un futuro cercano. La trama incluye a una pareja que enfrenta serios problemas de salud y se ve obligada a abonar una suscripción premium para garantizar la vida de la mujer. También se presenta a un hombre que busca reconstruir sus recuerdos relacionados con una exnovia que recientemente ha fallecido. Además, hay un diseñador de videojuegos que ha guardado un secreto desde la década de los 90, así como una excompañera de instituto que regresa con el objetivo de acosar a quien antes la atormentaba.

Dos giros resaltan en esta nueva temporada, que es la segunda en lanzarse desde la pandemia y la quinta en Netflix; las dos temporadas originales se estrenaron en el británico Channel 4 y fueron auténticas explosiones creativas. El primero de estos giros es la introducción de una secuela directa, algo inédito hasta ahora, de un episodio anterior; a pesar de que la serie está repleta de referencias cruzadas, esta nueva entrega, más que ninguna otra, se centra en: USS Callister: Infinity, que es la continuación de USS Callister de la cuarta temporada, exhibida en 2017. Este detalle resulta intrigante porque ambas episodes son críticas al fenómeno de Star Trek, un icónico ejemplo del género de ciencia ficción y de una categoría específica de sus seguidores.

En la mayoría de los episodios, no se introduce contenido novedoso que no haya aparecido en entregas anteriores. La única excepción parece ser la loca trama sobre el acoso escolar y los universos paralelos, que se aparta de la plausibilidad tecnológica con una vuelta de tuerca característica de casi todo Black Mirror.  Esta trama se asemeja más a un inquietante juego de terror en la línea de Richard Matheson o Roald Dahl, pero con un toque contemporáneo.

Parece que esta serie gira en torno a sí misma, a veces de forma literal, reflexionando sobre las maneras de comunicar emociones auténticamente humanas en un contexto tecnológico que tiende a deshumanizar. En una era donde la inteligencia artificial, aunque superficial y en ocasiones engañosa, tiene un papel predominante, Black Mirror elige enfocarse en lo que nos distingue de los chatbots que pretenden mostrar emociones.  Eulogy, que cuenta con Paul Giamatti en el papel principal, se adentra en esta temática, sugiriendo que, más allá de los avances tecnológicos, nuestras emociones fundamentales permanecen inalteradas y que la tecnología puede ser una herramienta para expresar esos sentimientos.

El episodio sobre las facturas médicas no se presenta como algo futurista, sino como una versión de un presente aún más absurdo, donde la experiencia premium implica no tener anuncios intrusivos en tu mente para poder sobrevivir. Es una mezcla de dos relatos de Cory Doctorow: Radicalized, que parece predecir a Luigi Mangione, y Unauthorized Bread. Resulta irónico que se estrene en Netflix, una plataforma que ha sido pionera en el fenómeno de la "enshittificación" del streaming. La narrativa es desoladora, pero reconocible, y no es casual que la crítica al sistema de salud estadounidense sea encarnada por un alemán.

Desde una perspectiva creativa, se puede argumentar que el principal problema de Black Mirror en este punto es su pulido nivel de producción. En el inicio de cada relato, se introducen ciertos elementos que necesariamente se volverán relevantes al final, creando trampas mortales donde parte de la tensión radica en saber que los personajes están destinados a caer en ellas. Ha perdido la capacidad de asombro que caracterizaba a sus primeras temporadas, quizás porque la realidad ha superado a la ficción, con conceptos como las puntuaciones sociales de Nosedive, el primer episodio de la tercera temporada en 2016, que ya se siente natural. A veces, quisiéramos que lo peor que nos ofrecieran los actuales líderes del mundo fuera solo el espectáculo grotesco de verlos involucrarse en conductas extremas o ser caricaturas demagógicas.

Lo sorprendente es cómo intenta, con desesperación, replicar la magia de su capítulo más optimista, San Junípero, también de 2016. Esa historia de amor que trasciende la muerte y el software, entre dos mujeres que anhelan la nostalgia de los años ochenta, contenía un final que muchos consideraban esperanzador, mientras que otros lo veían como aterrador.  Esa visión romántica atrapada en un servidor, cuyo consumo de recursos es incierto, eventualmente se quedará sin energía y esas almas digitales también se desvanecerán en el vacío.

Black Mirror, siempre manteniendo un enfoque nihilista, proporciona críticas demoledoras sin ofrecer alternativas o incitaciones a la acción, más allá de desahogarse agrediendo verbalmente a tu compañero de prisión. En un lapso de casi quince años, ha evolucionado de un escepticismo punk a un biocosmismo y un casi religioso tecnoptimismo. Quizás la dura realidad nos agota a todos, incluida la mente creativa de Brooker y su equipo, pero su obra refleja adecuadamente la cultura actual y la ciencia ficción de nuestra era.

En un presente aterrador y sin perspectivas, desde una visión claramente burguesa y citadina —en el mundo de Black Mirror, las abejas han desaparecido, siendo reemplazadas por microdrones, una fantasía tecnológica que en 2011 resultaba irónica, y que hoy suena como una idea engañosa de Elon Musk—, la única chispa de esperanza parece ser aguardar que el apocalipsis nos sorprenda disfrutando de nuestro videojuego favorito, o que la vida digital termine siendo, de alguna manera aún no clara, superior a la analógica.

Este cambio desalentador solo nos enseña lo pueril que puede ser el cinismo, que, al desplazar el miedo hacia un realismo desencantado, realmente oculta el mismo deseo de creer en lo mágico, aunque ahora se conozca como inteligencia artificial, que puede tener cualquier persona de fe ciega. Por eso, sus objeciones a la credulidad de Star Trek resuenan profundamente, ya que claramente desearía revivir esa otra utopía fundamentada en la razón, que espera un futuro donde los humanos sean mucho más avanzados. Tal vez logren dar ese paso en la octava temporada, ofreciéndonos una ciencia ficción más sincera que la temerosa de la séptima.


Reseña de The White Lotus – Detrás del lujo, el caos también descansa en piscina infinita

 

Se abre el telón

¿Quién podría imaginar que unas vacaciones en un resort de lujo se transformarían en una serie de traumas, interacciones superficiales y delitos que ocurren lánguidamente? The White Lotus, creada por Mike White y disponible en HBO, es una obra maestra televisiva que fusiona una sátira mordaz, personajes maravillosos y despreciables, y paisajes que son a la vez hermosos e inquietantes. Cada temporada presenta una nueva ubicación, un elenco renovado y una nueva dosis de incomodidad estética que se asemeja a estar atrapado en un empalagoso aperitivo interminable con personas acaudaladas que te resultan desagradables, pero es imposible dejar de observar.

Cada temporada de The White Lotus se asemeja a sumergirse en una pecera dorada donde los peces exquisitos se atacan entre sí mientras sonríen para la cámara. La premisa es simple pero cautivadora: un resort de lujo, huéspedes privilegiados y empleados al borde del colapso, todo ello con un cadáver que se anticipa desde el primer episodio. Sin embargo, lo verdaderamente relevante no es quién muere, sino cómo todos van menguando por dentro mucho antes de que se acerquen al ataúd.

La primera temporada, ambientada en Hawái, nos transporta a un paraíso ilusorio con atardeceres impresionantes y una tensión social palpable.  La segunda temporada, que tiene lugar en Sicilia, intensifica el deseo, la sexualidad y el misterio, con villas barrocas, aguas azul profundo y una atmósfera que promete "vacaciones que terminarán mal, pero todo se siente tan bien". La tercera nos lleva a Tailandia, se caracteriza por una atmósfera más operística y dramática, con una crítica al turismo superficial y la desconexión de los visitantes con la cultura local

Cada escenario trasciende ser un simple fondo atractivo: casi cobra vida como un personaje. Hawái resuena con un mensaje de "colonialismo acompañado de spa", mientras que Sicilia está impregnada de sensualidad, secretos y una atmósfera de tragedia griega acompañada de un buen Aperol spritz, en Tailandia el telón de fondo se tiñe de un barniz más wagneriano.

Máscaras, lujos y miserias

Uno de los aspectos que eleva The White Lotus a niveles casi adictivos es su desfile de personajes extravagantes pero auténticos; sí, auténticos, porque todos hemos conocido a alguien como Tanya, Shane, Harper o Greg (ojalá que no). Mike White posee un talento casi cruel para exponer las peores facetas de las personas, haciéndonos reír mientras se desmoronan emocionalmente junto a una piscina infinita.

En cuanto a Tanya, Jennifer Coolidge se adjudica cada escena como si fuera una diosa griega desorientada enfrentando una crisis existencial, adornada con flotadores en forma de flamenco. Su actuación es una mezcla magistral de comedia y tragedia. Exhibe fragilidad, excentricidad, vulnerabilidad, egoísmo y, de alguna manera, se establece como una verdadera reina. Su evolución es casi teatral, un tipo de historia que es difícil de olvidar.

En la segunda temporada, Aubrey Plaza nos ofrece una lección maestra sobre la contención y la agresividad pasiva. Su personaje, Harper, es la reina de los gestos sutiles, el arte de la incomodidad con clase y las miradas que transmiten un mensaje claro: "desprecio todo esto".  Y no podemos olvidar al trío Di Grasso (Michael Imperioli, F. Murray Abraham y Adam DiMarco): un linaje masculino cargado de traumas familiares, deseos reprimidos y una total falta de autoconciencia.

En la tercera el elenco incluye a Michelle Monaghan, Aimee Lou Wood, Patrick Schwarzenegger, Aubrey Plaza y Natasha Rothwell, quien retoma su papel de Belinda. La temporada también presenta a nuevos personajes que exploran dinámicas familiares y relaciones complejas.

Cada uno de los personajes, sin importar lo patéticos, narcisistas o molestos que puedan ser, está tan elaboradamente diseñado que resulta casi hipnótico. Es como observar a un grupo de adinerados lidiando con sus conflictos emocionales mientras el mundo a su alrededor se consume en llamas. . . y te resulta imposible apartar la mirada.

Entre hilos dorados y nudos emocionales

The White Lotus va mucho más allá de ser solo un relato sobre ricos lamentándose en jacuzzis. Se trata de una crítica punzante, sofisticada y a menudo cómica sobre el poder, la desigualdad, el colonialismo contemporáneo, las dinámicas de clase, el turismo explotador y, por supuesto, el sexo como una forma de trueque emocional y tangible. Todo esto se sirve con una estética de revista de viajes y una tensión que te impulsa a cuestionar tu propio pasaporte y ética al mismo tiempo.

En Hawái, la serie aborda de manera cruda, aunque camuflada como comedia incómoda, la apropiación cultural y el turismo colonial. ¿Quién podría olvidar a los huéspedes que buscan "conectarse con lo auténtico" mientras ignoran a los empleados, tratándolos como si fueran parte del mobiliario? Lo sorprendente es que nunca se lo lanza directamente en la cara, sino que te presenta un reflejo de tu propia realidad. . . y te hace reír de lo mal que te ves.

La temporada ambientada en Sicilia se vuelve más personal y visceral. En este contexto, el poder se desplaza entre pasiones, billeteras y mentiras. Las relaciones son marcadas por la desconfianza, la infidelidad y el incesante juego de apariencias. La belleza del entorno contrasta drásticamente con la fealdad interna de los personajes. Es como aceptar una invitación a una cena deslumbrante, donde todos son conscientes de que al final alguien terminará llorando, pero aun así se sirven otra copa de vino.

Mike White no produce sermones, sino laberintos. Cada diálogo trivial, cada gesto y cada mirada furtiva están impregnados de significado. Y tú, como espectador, te quedas ahí, atrapado, intentando averiguar quién es el más miserable. . . y disfrutando cada instante.

Al compás de la belleza y el caos

Visualmente, The White Lotus es una fantasía. Todo está cuidado al detalle: desde las vistas de postal hasta la decoración de los resorts, cada plano parece salido de una revista de lujo… si la revista tuviera una sección de ansiedad existencial. El contraste entre la belleza del entorno y la podredumbre emocional de los personajes es tan fuerte que a veces sientes que la cámara te está juzgando.

La primera temporada juega con la luz tropical, los colores cálidos, el paraíso aparentemente perfecto. Pero hay algo en el encuadre, en cómo se mueven los personajes, que siempre te hace sentir que algo no cuadra. La segunda, en Sicilia, es más rica, más barroca, más sensual. Las tomas son casi cinematográficas, y la arquitectura antigua le da un aire de decadencia hermosa, como si todos los personajes estuvieran participando en una ópera que aún no saben que es trágica.

Y ahora... el soundtrack. Ese opening. Eso no es música, es un hechizo. La intro de la primera temporada, con sus tambores tribales desquiciados, te pone nervioso desde el primer segundo. La segunda temporada sube la apuesta con un remix etéreo-electrónico de canto lírico siciliano que suena como si una sirena drogada te estuviera advirtiendo que huyas… pero tú decides quedarte, porque el ritmo está demasiado bueno.

Cristobal Tapia de Veer (el compositor) no solo hizo una banda sonora, creó un lenguaje. La música es parte de la narrativa. Te manipula emocionalmente, te avisa que algo va a explotar… y lo hace con tanta clase que ni te importa.

A modo de conclusión

The White Lotus es una experiencia. No solo ves la serie, la sientes, la analizas, la comentas en grupo, y luego te quedas mirando al techo preguntándote si en tu próximo viaje te vas a convertir en alguno de estos personajes (spoiler: sí, probablemente en una mezcla entre Harper con resaca y Tanya al borde del colapso).

Es elegante, incómoda, hermosa, oscura, retorcida y divertidísima. Cada temporada funciona como una cápsula de locura emocional, una especie de safari humano donde los animales peligrosos no son los cocodrilos, sino los invitados de cinco estrellas. Y lo mejor de todo es que nunca sabes si estás del lado de los buenos, porque probablemente no los hay.

Mike White ha creado algo único: una serie que te hace reír, pensar y sufrir todo al mismo tiempo. Y con cada temporada se supera, lo que solo hace que la espera por la tercera (¡Tailandia!) sea una mezcla de emoción, ansiedad y ganas de empacar ya.

En resumen: The White Lotus es puro arte disfrazado de entretenimiento de lujo. Una crítica social con bronceador y vino blanco. Y sí, la recomiendo con locura. Solo no la mires esperando descansar... porque el descanso se termina en el primer minuto, justo después de ese opening infernalmente perfecto.

HELLBLAZER JOYRIDE (un paseo en Coche). Escrito por Andy Diggle y dibujado por Leonardo Manco

  El cielo y el infierno están aquí, detrás de cada pared, de cada ventana. Es un mundo tras el mundo, y nosotros estamos en medio. Ángeles ...