martes, 19 de julio de 2022

Emiliano: a un lomo de distancia (microcuento)

Christian Bale como Patrick Bateman en American Psycho

Aprendimos a tomar distancia de todo lo que nos rodea. Los análisis evidenciaban la notoria brecha entre aquel individuo y su entorno. Nada, absolutamente nada podía revertir el resultado. La directiva se reunió a primera hora para revisar el memorando y tomar una decisión, era un caso anormal y requería la mayor precisión, no podía haber salidas en falso.

Es habitual que una persona sienta una extraña conexión con sus emociones, digo extraña por que nunca se nos enseña a tomarlas en cuenta, mas bien a suprimirlas, ocultarlas en gruesas capas de hombría que a la final terminan facturando horas de psicoanalista con diagnostico reservado y una dosis que inhibe tu mente de por vida, o por lo menos lo que dure el contrato farmacéutico con la entidad prestadora de salud.

Aprendimos a tomar distancia de nosotros mismos. Las paginas del atlas de anatomía siguen su curso de colisión con la contratapa, la lección del día es tan pudorosa que la maestra se ruboriza al ver las ilustraciones del órgano de reproducción masculina. Ese dibujo, esa representación, no es más que una idealización codificada y artificial que genera una falsa expectativa al ver que los colores usados no se parecen en nada a las pieles que los habitan. El germen ha sido puesto en circulación. El conducto fibromuscular elástico aloja momentáneamente al órgano genital cargado de testosterona que tras un rítmico agite estalla en una lluvia cósmica que impulsa los espermas que producirán el milagro de la vida.

La arrítmica coreografía ejecutada por los aspirantes a atletas de competencia ponía de manifiesto el reinicio de las labores. Caía la tarde y las cornisas temían la llegada del sereno, ese viento húmedo e incomodo que se metía por las fosas nasales, produciendo incomodos estornudos que aterraban a quienes estuvieran cerca, podrían pensar que era el virus proveniente de las baticuevas de Wuhan. La pintoresca escena hizo pensar a Emiliano Buenavida sobre lo bien que lo trataba la existencia, sin embargo, sentía un enorme vacío, a pesar de tener una buena posición, un modesto apartamento de doscientos metros cuadrados, un Mustang Testarrosa firmado por Tom Selleck de la serie Magnun P.I., un yate adquirido de la producción del lobo de Wall Street y estar saliendo con la supermodelo Tania Vulnikova; algo le impedía disfrutar plenamente.

Emiliano se había graduado como abogado penalista y pertenecía al prestigioso bufet de abogados Góngora y Asociados, la primera en el ranking de la lonja de abogados de la capital. Su registro era invicto, no había perdido ningún caso; un dossier impecable, la envidia de los leguleyos de medio pelo y de los mecanógrafos callejeros que transcribían dolorosas declaraciones de amor al Departamento Administrativo Nacional. Emiliano tenía un sueño: quería ser el mejor carnicero de la ciudad. No se confundan con Patrick Bateman, él no quería ser esa clase de carnicero, no, él quería ser como Don Álvaro, dueño y servidor en su propia fama, cuya bandera roja ondeante exhibía un estampado de una vaca Zenú. Si, eso era lo que él quería cortar lomos, chatas y caderas. Ponerse el guante de mallas y rebanar costillas, sentir el chunchullo, rellenar chorizos, vivir una vida tranquila lejos de los tribunales y las tediosas reuniones de yuppies trasnochados con Jhonier Talker y Dack Janiels.

Emiliano Buenavida aprendió a tomar distancia de todo aquello que lo rodeaba, solo así podía ver realmente quien quería ser y en quien se había convertido.

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