Christian Bale como Patrick Bateman en American Psycho |
Aprendimos a tomar distancia de todo lo que nos rodea. Los análisis evidenciaban la notoria brecha entre aquel individuo y su entorno. Nada, absolutamente nada podía revertir el resultado. La directiva se reunió a primera hora para revisar el memorando y tomar una decisión, era un caso anormal y requería la mayor precisión, no podía haber salidas en falso.
Es habitual que
una persona sienta una extraña conexión con sus emociones, digo extraña por que
nunca se nos enseña a tomarlas en cuenta, mas bien a suprimirlas, ocultarlas en
gruesas capas de hombría que a la final terminan facturando horas de
psicoanalista con diagnostico reservado y una dosis que inhibe tu mente de por
vida, o por lo menos lo que dure el contrato farmacéutico con la entidad prestadora
de salud.
Aprendimos a
tomar distancia de nosotros mismos. Las paginas del atlas de anatomía siguen su
curso de colisión con la contratapa, la lección del día es tan pudorosa que la
maestra se ruboriza al ver las ilustraciones del órgano de reproducción masculina.
Ese dibujo, esa representación, no es más que una idealización codificada y
artificial que genera una falsa expectativa al ver que los colores usados no se
parecen en nada a las pieles que los habitan. El germen ha sido puesto en circulación.
El conducto fibromuscular elástico aloja momentáneamente al órgano genital
cargado de testosterona que tras un rítmico agite estalla en una lluvia cósmica
que impulsa los espermas que producirán el milagro de la vida.
La arrítmica coreografía
ejecutada por los aspirantes a atletas de competencia ponía de manifiesto el
reinicio de las labores. Caía la tarde y las cornisas temían la llegada del sereno,
ese viento húmedo e incomodo que se metía por las fosas nasales, produciendo
incomodos estornudos que aterraban a quienes estuvieran cerca, podrían pensar
que era el virus proveniente de las baticuevas de Wuhan. La pintoresca escena hizo
pensar a Emiliano Buenavida sobre lo bien que lo trataba la existencia, sin embargo,
sentía un enorme vacío, a pesar de tener una buena posición, un modesto
apartamento de doscientos metros cuadrados, un Mustang Testarrosa firmado por
Tom Selleck de la serie Magnun P.I., un yate adquirido de la producción del lobo
de Wall Street y estar saliendo con la supermodelo Tania Vulnikova; algo le impedía
disfrutar plenamente.
Emiliano se había
graduado como abogado penalista y pertenecía al prestigioso bufet de abogados Góngora
y Asociados, la primera en el ranking de la lonja de abogados de la capital. Su
registro era invicto, no había perdido ningún caso; un dossier impecable, la
envidia de los leguleyos de medio pelo y de los mecanógrafos callejeros que transcribían
dolorosas declaraciones de amor al Departamento Administrativo Nacional.
Emiliano tenía un sueño: quería ser el mejor carnicero de la ciudad. No se
confundan con Patrick Bateman, él no quería ser esa clase de carnicero, no, él quería
ser como Don Álvaro, dueño y servidor en su propia fama, cuya bandera roja
ondeante exhibía un estampado de una vaca Zenú. Si, eso era lo que él quería cortar
lomos, chatas y caderas. Ponerse el guante de mallas y rebanar costillas, sentir
el chunchullo, rellenar chorizos, vivir una vida tranquila lejos de los
tribunales y las tediosas reuniones de yuppies trasnochados con Jhonier Talker y
Dack Janiels.
Emiliano Buenavida
aprendió a tomar distancia de todo aquello que lo rodeaba, solo así podía ver
realmente quien quería ser y en quien se había convertido.
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