En mi niñez y adolescencia veía las películas de James Bond, influenciado por mi padre (un amante de este tipo de historias) el agente secreto al servicio de su majestad con licencia para matar, que viajaba por el mundo; pedía dry Martini, agitado, no removido; conducía un Aston-Martin y usaba una Beretta 418 como arma de defensa. El primer Bond, Sean Connery, encarna el arquetipo que Ian Flemming (1908-1964) describía en aquellas novelas que escribió tras jubilarse del servicio secreto, que inicio con Casino Royale (1953) y que despertó ese espía que todos y todas llevamos dentro (no hay que olvidar también a Modesty Blaise, un comic donde conocemos a la mejor agente secreta de los años sesenta). Sin duda ese fascinante mundo de la guerra fría, el espionaje y las intrigas de dominación global parece haber decaido con el paso del tiempo, pero, cuando lei El Archivo de Atrocidades del genial Charles Stross mi percepción cambio.
Ya habíamos hablado de Stross con su novela La Casa de Cristal (2007), aquí conocí el trabajo en la prosa de este programador y farmacéutico de profesión, en la que ponía sobre la mesa los ingredientes del cyberpunk de Neal Stephenson y las premisas de Philip K. Dick. Fue entonces que leyendo la biografía que incluye la novela, señalaba también la serie de Los Archivos de la Lavandería, iniciada en 2004 con el El Archivo de Atrocidades y que este año va por su decimo tercera entrega con Dead Lies Dreaming (2020). ¿Qué tiene que ver James Bond con La Lavandería? En que son parte del género de espías que Stross renueva al incluirle algo de principios matemáticos, teoría del caos, seres lovecraftianos y una alta carga de burocracia al mejor estilo de la Guía del Autoestopista Galáctico de Adams. En este caso el protagonista es Robert Howard, un geek reclutado a su pesar para trabajar en La Lavandería, una de las agencias ultrasecretas del gobierno británico encargada de proteger nuestro mundo de todo tipo de seres de pesadilla, dedicándose al mantenimiento de sistemas informáticos. Un buen día todo cambio al conseguir un ascenso. Toma grandes cantidades de café, agitado, no removido, gusta de ver programas geek, se mueve en taxi o en metro y sin duda tiene licencia para encadenar demonios y otros seres al mas allá.
En su nuevo
puesto Bob enfrentara a ciertas amenazas como portales al inframundo, demonios
menores, portales a otros mundos extraídos del Castillo Wolfstein; entre otras
cosas que puedan imaginar. Además de estas inminencias también está la división
de contabilidad y el control de los viáticos para cada misión, si Bob se
desfasa tendrá una auditoria que le haría desear mil veces enfrentarse al
horror de Dunwich. Si, la obra de Lovecraft tiene un gran peso en esta novela.
Gracias al trabajo de la Editorial Insólita y la genial traducción de Blanca Rodríguez
y Antonio Rivas, hacen de esta primera entrega en español un gran deleite para
los amantes del weird, la ciencia ficción y el espionaje astral. Una excelente
novela, muy divertida, inteligente y llena de muchas referencias a la cultura
pop. Recomendado de la semana.
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