domingo, 20 de septiembre de 2020

La resurrección de la fábula liberal: Cobra Kai y el espectro de Miyagi

 



John G. Avildsen, quien había ganado un Oscar a la mejor dirección en 1976 por Rocky, entro en la línea de filmes que combinaban la cultura japonesa con el American way of life con Karate Kid (1984). En la década de los ochenta el impacto las exportaciones de Japón a estados unidos, dejo su huella en varios productos culturales como las novelas, comics, animados y películas. Karate Kid resucita el viejo fantasma de Bruce Lee y sus influyentes películas de los años 70, agregando la dicotomía social americana del ganador/perdedor, el que lo tiene todo y el no lo tiene, que genera dos lecturas por parte de sus espectadores: la rudeza te hace cool y el honor siempre vencerá.

El argumento se centraba en Daniel LaRusso, un adolescente que se muda junto a su madre a un suburbio de Los Ángeles, conocido como All Valley, para empezar una nueva vida. Daniel se hace amigo de uno de los vecinos quien lo invita a una actividad en la playa, no sin antes ir a pedir al conserje que le ayude con un arreglo, el conserje se convertirá en su sensei, el maestro que lo ayudara a enfrentar la cueva de sus miedos y alcanzar la liberación: El Sr Miyagi. Por otro lado, se encuentra Johnny Lawrence, el rudo exnovio de Ali – la hermosa adolescente encarnada por Elizabeth Shue, la directora de Vaugh en The Boys – cuando se hace amigo de Daniel. El primer encuentro entre Daniel y Johnny deja fuertes hematomas y un aire derrotista en Daniel, que encuentra ayuda en el Sr Miyagi y su curioso método de la enseñanza de karate: brillar y encerar, pintar la cerca y buscar el equilibrio.

Lawrence pertenece a otro modelo de las artes marciales, Cobra Kai, dirigido por el sensei Kreese (interpretado por Martin Kove, leyenda de las películas bélicas), un excombatiente de vietnam cuya filosofía de vida se presenta en su máxima GOLPEA PRIMERO, GOLPEA DURO Y SIN PIEDAD. Sin duda el sensei Kreese es el reflejo de la política americana republicana y su guerra preventiva. Así las cosas, mientras Miyagi san promueve el karate como defensa y protección, Cobra Kai alienta las artes marciales como arma destructiva. Al final el honor y la compasión triunfan sobre la prepotencia y la rudeza, y como buena película de los ochenta el “bueno” sale con la chica y el trofeo, pero esto no es de buenos o malos, se trata de personas y elecciones de vida.

Como parte de la iniciativa nostálgica emprendida por varias productoras, este filme, que llego a acumular cuatro entregas con el mismo modelo de liberación del yugo opresor de los rudos, se materializo en una serie: Cobra Kai. Estrenada en 2018 para Youtube premium, esta serie sigue la historia dejada atrás en Karate Kid, en la que Johnny Lawrence representa el fracaso y Daniel Larusso el éxito, ganado con esfuerzo desde abajo (si trabajas duro triunfaras). Daniel es dueño de la cadena de concesionarios Larusso, tiene una bella casa y una bella familia: el sueño americano. Johnny ha caído en la bebida y no tiene un rumbo en la vida hasta que decide reabrir su antiguo dojo de karate Cobra Kai.   

Stuart Hall en su texto “Encoding, Decoding” de 1973, ofrece una valiosa herramienta para leer críticamente las producciones televisivas, empezando por la realidad misma que nos presentan. Si bien la realidad está ahí fuera, siempre esta mediada por el lenguaje. Por lo general los espectadores llegan a tres tipos de lectura frente a los contenidos mediáticos: dominante, negociada y de oposición. Al tomar el camino dominante estamos ante una interpretación que sigue al pie de la letra las intenciones de quien genera el contenido. Para este caso la serie presenta esa dicotomía entre rudos y perdedores, en la cual los últimos son los latinos, los deformes, los obesos, los geeks; todos y todas aquellas que no encajan en la normalidad estudiantil promedio.  Mientas los rudos tienen el éxito aparentemente asegurado, a los perdedores solo les espera seguir mordiendo el polvo, así es el status quo. En el conjunto donde vive Lawrence, conoce a su vecino, el joven Miguel Diaz, quien ha emigrado con su madre y su abuela desde Ecuador, quien es víctima del matoneo de los rudos y se convierte en la motivación para reactivar el dojo de Cobra Kai. El karate te vuelve rudo y te abre el camino.

Cuando se toma el camino de la lectura negociada, hay una parte de aceptación y otra de rechazo. Desde esta mirada la serie deja ver algunas grietas en su planteamiento que trata de mantener un pie en aquella primera versión ochentera y el otro en el presente. El modelo de Miyagi solo funciona para Daniel San, no para los muchachos de hoy, que se demuestra con los estudiantes del dojo Miyagi reabierto por Larusso para enfrentar ese espectro de Cobra Kai que creía enterrado. El rechazo esta precisamente en querer imponer esta visión estrecha del american way of life en un momento donde el modelo neoliberal no deja margen de error y las posibilidades de bienestar son cada vez mas lejanas. El karate como camino de liberación funcionaba en los ochenta, porque era un mundo en blanco y negro, pero el presente es aun mas gris y nos deja ver que no hay malos y buenos, solo personas con motivaciones que intentan a toda costa sobrevivir.

 En resumen: Cobra Kai tiene algo a su favor y es el poner el lente sobre Johnny Lawrence y su lucha por acoplarse al sistema, de hacer las cosas bien y dejar una huella positiva al darle una nueva filosofía a su modelo de enseñanza, que se ve obstaculizado por el regreso de su antiguo sensei John Kreese, quien solo busca recuperar el control del dojo y armar una guerra preventiva contra los demás dojos de karate. Lo que tal vez no encaja en todo esto es Daniel y el tratar de retener el espectro de Pat Morita en un mundo donde las tradiciones son revaluadas a un ritmo acelerado. Los personajes adolescentes siguen aun los viejos arquetipos en busca de redención y aceptación, aunque eso implique el apartarse de sus enseñanzas familiares y abrazar la rudeza como única forma de supervivencia.

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