John G. Avildsen,
quien había ganado un Oscar a la mejor dirección en 1976 por Rocky, entro en la
línea de filmes que combinaban la cultura japonesa con el American way of life con Karate Kid (1984). En la década de los
ochenta el impacto las exportaciones de Japón a estados unidos, dejo su huella
en varios productos culturales como las novelas, comics, animados y películas. Karate
Kid resucita el viejo fantasma de Bruce Lee y sus influyentes películas de los
años 70, agregando la dicotomía social americana del ganador/perdedor, el que
lo tiene todo y el no lo tiene, que genera dos lecturas por parte de sus
espectadores: la rudeza te hace cool y el honor siempre vencerá.
El argumento se
centraba en Daniel LaRusso, un adolescente que se muda junto a su madre a un
suburbio de Los Ángeles, conocido como All Valley, para empezar una nueva vida.
Daniel se hace amigo de uno de los vecinos quien lo invita a una actividad en
la playa, no sin antes ir a pedir al conserje que le ayude con un arreglo, el
conserje se convertirá en su sensei, el maestro que lo ayudara a enfrentar la cueva
de sus miedos y alcanzar la liberación: El Sr Miyagi. Por otro lado, se
encuentra Johnny Lawrence, el rudo exnovio de Ali – la hermosa adolescente
encarnada por Elizabeth Shue, la directora de Vaugh en The Boys – cuando se
hace amigo de Daniel. El primer encuentro entre Daniel y Johnny deja fuertes
hematomas y un aire derrotista en Daniel, que encuentra ayuda en el Sr Miyagi y
su curioso método de la enseñanza de karate: brillar y encerar, pintar la cerca
y buscar el equilibrio.
Lawrence
pertenece a otro modelo de las artes marciales, Cobra Kai, dirigido por el
sensei Kreese (interpretado por Martin Kove, leyenda de las películas bélicas),
un excombatiente de vietnam cuya filosofía de vida se presenta en su máxima
GOLPEA PRIMERO, GOLPEA DURO Y SIN PIEDAD. Sin duda el sensei Kreese es el
reflejo de la política americana republicana y su guerra preventiva. Así las
cosas, mientras Miyagi san promueve el karate como defensa y protección, Cobra
Kai alienta las artes marciales como arma destructiva. Al final el honor y la compasión
triunfan sobre la prepotencia y la rudeza, y como buena película de los ochenta
el “bueno” sale con la chica y el trofeo, pero esto no es de buenos o malos, se
trata de personas y elecciones de vida.
Como parte de la iniciativa
nostálgica emprendida por varias productoras, este filme, que llego a acumular
cuatro entregas con el mismo modelo de liberación del yugo opresor de los rudos,
se materializo en una serie: Cobra Kai. Estrenada en 2018 para Youtube premium,
esta serie sigue la historia dejada atrás en Karate Kid, en la que Johnny Lawrence
representa el fracaso y Daniel Larusso el éxito, ganado con esfuerzo desde abajo
(si trabajas duro triunfaras). Daniel es dueño de la cadena de concesionarios
Larusso, tiene una bella casa y una bella familia: el sueño americano. Johnny
ha caído en la bebida y no tiene un rumbo en la vida hasta que decide reabrir
su antiguo dojo de karate Cobra Kai.
Stuart Hall en su
texto “Encoding, Decoding” de 1973, ofrece una valiosa herramienta para leer críticamente
las producciones televisivas, empezando por la realidad misma que nos
presentan. Si bien la realidad está ahí fuera, siempre esta mediada por el
lenguaje. Por lo general los espectadores llegan a tres tipos de lectura frente
a los contenidos mediáticos: dominante, negociada y de oposición. Al tomar el
camino dominante estamos ante una interpretación que sigue al pie de la letra
las intenciones de quien genera el contenido. Para este caso la serie presenta
esa dicotomía entre rudos y perdedores, en la cual los últimos son los latinos,
los deformes, los obesos, los geeks; todos y todas aquellas que no encajan en
la normalidad estudiantil promedio. Mientas
los rudos tienen el éxito aparentemente asegurado, a los perdedores solo les
espera seguir mordiendo el polvo, así es el status quo. En el conjunto donde
vive Lawrence, conoce a su vecino, el joven Miguel Diaz, quien ha emigrado con
su madre y su abuela desde Ecuador, quien es víctima del matoneo de los rudos y
se convierte en la motivación para reactivar el dojo de Cobra Kai. El karate te
vuelve rudo y te abre el camino.
Cuando se toma el
camino de la lectura negociada, hay una parte de aceptación y otra de rechazo.
Desde esta mirada la serie deja ver algunas grietas en su planteamiento que
trata de mantener un pie en aquella primera versión ochentera y el otro en el
presente. El modelo de Miyagi solo funciona para Daniel San, no para los
muchachos de hoy, que se demuestra con los estudiantes del dojo Miyagi reabierto
por Larusso para enfrentar ese espectro de Cobra Kai que creía enterrado. El
rechazo esta precisamente en querer imponer esta visión estrecha del american
way of life en un momento donde el modelo neoliberal no deja margen de error y
las posibilidades de bienestar son cada vez mas lejanas. El karate como camino
de liberación funcionaba en los ochenta, porque era un mundo en blanco y negro,
pero el presente es aun mas gris y nos deja ver que no hay malos y buenos, solo
personas con motivaciones que intentan a toda costa sobrevivir.
En resumen: Cobra Kai tiene algo a su favor y
es el poner el lente sobre Johnny Lawrence y su lucha por acoplarse al sistema,
de hacer las cosas bien y dejar una huella positiva al darle una nueva filosofía
a su modelo de enseñanza, que se ve obstaculizado por el regreso de su antiguo
sensei John Kreese, quien solo busca recuperar el control del dojo y armar una guerra
preventiva contra los demás dojos de karate. Lo que tal vez no encaja en todo
esto es Daniel y el tratar de retener el espectro de Pat Morita en un mundo
donde las tradiciones son revaluadas a un ritmo acelerado. Los personajes
adolescentes siguen aun los viejos arquetipos en busca de redención y aceptación,
aunque eso implique el apartarse de sus enseñanzas familiares y abrazar la
rudeza como única forma de supervivencia.
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