La zona sur de la
bahía de San Francisco, en el norte de california, conocida como el valle de
Santa Clara, tomo un protagonismo muy alto desde la década de los 70 del siglo
XX gracias a la concentración de fabricantes de chips de silicio y a los
innovadores que llegarían posteriormente, alojando gran parte de las empresas y
negocios de alta tecnología que propiciaron la revolución a las actuales tecnologías
digitales. El termino de Silicon Valley fue acuñado por el periodista Don C. Hoefler
en 1971, que designo a la zona comprendida entre Menlo Park hasta San José. Sin
embargo, se ha expandido hasta el Condado de San Mateo y partes del condado de
Marin. Una hermosa visión de diseño que inauguro el futuro tan anhelado por los
escritores de la edad dorada de la ciencia ficción.
Hewleet-Packard, Microsoft, Apple, IBM; entre otras, hicieron parte de este valle. Si bien sus avances han ayudado a potenciar el desarrollo de las herramientas digitales y la transmisión de información; también se han convertido en parte del problema ambiental por los desechos que genera anualmente. La vida útil de los computadores, sus componentes y hasta su software están regidos por la obsolescencia programada, ese periodo de tiempo calculado de antemano por el fabricante o la empresa, durante la fase de diseño, que impone la necesidad de seguir adquiriendo y desechando. ¿Dónde terminan todos esos desechos producidos por el Valle de Silicio? ¿Quiénes se encargan de procesarlos? ¿Cómo viven sus trabajadores inmersos en sustancias y humos tóxicos derivados de la quema de plástico, miasmas de la combustión de PVC, y sus consecuencias? Parte de las respuestas a estas preguntas emergen 49 años después cuando conocemos su contraparte: Silicon Island, La Isla de Silicio.
Illustracion: Anastasya Eliseeva
El responsable de
este descubrimiento es Chen Qiufan y su novela Marea Toxica (Nova, 2019), parte
de ese grupo de autores chinos que han sido conocidos en occidente gracias a Cixin
Liu (El problema de los tres cuerpos) y Ken Liu (El Zoo de Papel), quien nos
llevara a un periplo por este irónico contrapunto al Silicon Valley, donde los
chips y tarjetas de circuito dan su último aliento, la disolución que da lugar
a nuevos principios. Este techno trhiller biopunk, es una apuesta lucida dentro
de lo que conocíamos del ciberpunk, subgénero de la ciencia ficción que dio
origen a estas reflexiones. En dicha isla, muy distante de las que nos muestran
los planes turísticos, la avasallante cantidad de desperdicios la han
convertido en un enorme basurero. Teléfonos inteligentes, portátiles, tabletas,
robots y hasta implantes biomecánicos, algunos todavía funcionales, están a la
espera de su clasificación y desmontaje a cargo de los residuales, parias habitantes
de la isla que cambian su calidad de vida por el sustento para sobrevivir, en instalaciones
insalubres y carentes de protocolos de bioseguridad.
Chen Qiufan |
En esta
novela coral, conoceremos a Scott Brandle, quien no es lo que
aparenta, pero es que aquí nadie lo es, representante de TerraGreen Recycling, una corporación “que busca proteger el medio
ambiente”, que trae una propuesta para “mejorar la calidad de vida” de la isla.
Brandle se enfrenta a un obstáculo: Los jefes de los clanes que controlan la
isla. Estos jefes pueden ser devotos
padres en un momento e inclementes mafiosos al siguiente. Además de ellos tendrá
que lidiar con otros protagonistas como el Hermano
Wen, genio de la electrónica que surge entre los incultos trabajadores
migrantes, que rescata componentes de entre los deshechos y construye con ellos
aparatos sorprendentes, y quien, en su curiosidad por experimentar con lo que
encuentra, va a desencadenar una reacción imparable de consecuencias
imprevisibles e imprevistas. Aquí no existe esa moralidad ambivalente, más bien
se manifiestan los intereses cruzados que entrarán en conflicto muy pronto, al igual
que las lealtades se verán cuestionadas. El planeta, o al menos esa parte del
planeta y no olvidemos que todo está conectado, está yéndose por el desagüe del
retrete, pero los intereses corporativos y económicos siguen pesando más que
cualquier consideración ecológica. Y es curioso cómo los fenómenos naturales
van a tomar un rol determinante en el desarrollo de la acción, acompañando en
la creciente tensión a los sucesos que van desarrollándose. Sin duda el protagonismo se lo llevara una
de sus habitantes más particulares: Mimi, una residual cuyo arco de transformación
funge a modo de punto de inflexión, otorgándole a la trama momentos memorables,
pasando de ser tímida y conformista a ser una autentica líder de la rebelión
contra los clanes y sus políticas represivas.
Qiufan me
sorprende gratamente, no solo por la ambientación del relato, también por que propone
unos detalles innovadores dentro de la amplia gama de patentes con acrónimos
que no veía desde Neal Stephenson en La Era del Diamante, de verdad son
increíbles, en especial por que son parte de la cotidianidad misma del entorno,
por ejemplo los Perros Chipeados: canes que han sido modificados con chips para
servir de anillos de seguridad más efectivos; entre otros. Un detalle que
complementa este lienzo es la regulación gubernamental que aplica el gobierno
de China sobre La Isla de Silicio, al reducir la velocidad de transmisión de la
internet.
Otro de los
aspectos que me han gustado también de la novela es la inclusión de las
creencias animistas, aunque sin mucho desarrollo, por cierto, pero que le dan
un toque particular en medio de tantos artilugios tecnológicos. En algunos
pasajes se mencionan ciertas practicas del budismo, al igual que algunos
rituales extraídos de otras creencias paganas propias de la cultura china
ancestral.
En definitiva, para mi gusto
particular por el cyberpunk, es una novela muy entretenida, con un
planteamiento interesante, bien construida y bien resuelta. El haber combinado
la especulación tecnológica con una estructura social más clásica con sus
creencias, hace que puedas entrar en ese mundo con total naturalidad, además de
experimentar las condiciones insalubres del ambiente. Creo que abusa de algunos
recursos narrativos, pero la sensación general es que es una lectura
recomendable. Sin duda la aproximación de Chen Qiufan me dejo muy feliz de
saber que aun hay posibilidades dentro del género, que se había quedado rezagado
al canon gibsoninano durante unas décadas.
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