miércoles, 2 de julio de 2025

Alan Moore y la Alquimia del Caos: El Gran Cuando, Nocturna ediciones, 2025

¿Qué podría ocurrir si cayera en tus manos un libro inexistente, capaz de revelar una realidad subyacente y desencadenar el caos? Esa es la clase de pregunta que fascina a Alan Moore, el bardo de Northampton, célebre por reinventar el cómic en su llamada Edad Oscura con obras como Watchmen, V de Vendetta, From Hell y La Liga de los Caballeros Extraordinarios. Más allá de las viñetas, Moore ha consolidado una carrera en la prosa con títulos como La Voz del Fuego, la monumental Jerusalem y, ahora, El Gran Cuando, su más reciente y vibrante incursión literaria: una obra sugerente, musical y vertiginosa.

Moore nos presenta a Dennis Knuckleyard, asistente en una librería regentada por la temible Ada la Ataúd: una mujer colérica, enemiga de los regateos y conocedora obsesiva de los anaqueles de su guarida libresca. El detonante de la historia surge cuando Ada le encarga adquirir un lote de libros pertenecientes a un librero veterano, entre cuyas joyas se encuentran títulos del escritor galés Arthur Machen (1863–1947), maestro de lo sobrenatural y lo fantástico, autor de obras como El Gran Dios Pan, El Pueblo Blanco y El Terror. La misión parece sencilla: debe completarla con tan solo quince libras. Pero desde el momento en que Dennis sale de la tienda, lo cotidiano empieza a resquebrajarse, y su monótona existencia se ve arrastrada hacia lo insólito.

Tras recorrer las atestadas calles de la Londres de 1949, Dennis llega al apartamento del señor Harrison. Al golpear la puerta, una voz femenina le informa que Harrison no está y le recomienda marcharse. Dennis responde que viene en nombre de Ada para adquirir los libros de Machen. Una vez dentro, examina una vieja caja de jabón Oxydol que contiene el lote, entre los que destaca Meditaciones de una ciudad, escrito por el reverendo Hampole. Al ver ese título, Harrison le dice que puede llevarse toda la caja por tan solo cinco libras. Tras pagar, Dennis es expulsado sin contemplaciones: Harrison cierra la puerta de un portazo.

Camino a la librería, Dennis se detiene a comer en un café prestigioso, donde se topa con el abogado Clive Albernait. Este lo defiende del odioso dueño del lugar y le invita una taza de té para conversar sobre su aventura. Ya de regreso, Dennis le informa a Ada que ha comprado el lote por solo cinco libras. La reacción de Ada no es la esperada: al descubrir el ejemplar de Hampole, su expresión cambia. Sospecha. Intuye algo. Y con ese libro en sus manos, se desata todo aquello que busca arrastrar a Dennis de vuelta a un lugar que no recordaba haber habitado.

Armado con un valor impostado, Dennis empieza a notar que la ciudad se distorsiona sutilmente: esquinas que no estaban allí, calles que parecen repetirse, sombras que lo preceden. En medio de ese extraño tránsito, se cruza con el Rey Monolulu, un personaje extravagante que corre a toda velocidad y, sin detenerse, le lanza un sobre sellado. Dentro encuentra unas hojas tituladas Predicciones Surrealistas de Carreras de Caballos, firmadas por Austin Spare —el artista y ocultista que pasó por la Orden de la Aurora Dorada, la Astrum Argentum de Aleister Crowley, y que luego fundaría el Zos Kia Cultus, una corriente basada en la magia del caos y el deseo.

Para Dennis, no hay duda: está inmerso en una competencia invisible contra una fuerza superior que amenaza con romper el delicado equilibrio de la realidad londinense. La sospecha se vuelve certeza cuando descubre que Jack Spot, el mayor criminal de la ciudad, le sigue los pasos con la intención de arrebatarle el libro.

Durante su travesía, Dennis conoce a Grace, una joven astuta que sobrevive vendiendo su cuerpo en los márgenes de la ciudad. Ve en él una oportunidad: tal vez una salida, tal vez una alianza. Sin embargo, su cercanía no pasa desapercibida. La atención de Jack Spot y su pandilla cae sobre ellos como una sombra.

Cuando finalmente los encuentran, Dennis se ve cara a cara con la otra Londres —la de los callejones sin ley, la violencia soterrada y las traiciones sin redención. Spot le revela su objetivo: necesita acceder al Gran Cuando para resolver una traición que lo está consumiendo. Su antiguo socio, Bill, encarcelado durante años, ignoraba que Spot había usurpado su imperio y seducido a sus leales. Ahora, Bill está libre y lo busca. Spot quiere audiencia con la entidad suprema del Gran Cuando. Desea retroceder el tiempo, borrar su error.

Lo que ignora es que tal invocación tiene un precio. Y que ningún pacto con los arcanos queda impune.

Tras entregarle el libro a Austin Spare, este le revela que el Gran Cuando no desaparece: permanece latente hasta que él —o algo más— decida cerrarlo. Dennis, sin saberlo, ha abierto una grieta en la realidad. Y esa fisura lo acompañará, paciente, hasta que cumpla su propósito.

Ilusionado, cree ver una posibilidad de redención junto a Grace. Pero ella, con serenidad, le deja claro que solo le ofrece una amistad ocasional. Poco después, un periodista le propone una salida: una columna en un pequeño periódico local, la promesa de dejar atrás su gris destino de ayudante de librería. Sin embargo, sin la motivación de Grace, Dennis renuncia a sus expectativas. Decide volver a la vida que conoce, donde al menos puede tocar el suelo.

Pero el Gran Cuando no olvida. Y esta vez, la amenaza llega en el rostro familiar de su antiguo aliado: el abogado Clive.

Dennis creyó haber regresado a la normalidad, al refugio estéril de los anaqueles y las rutinas, pero algo en él ya había cambiado. El libro, Grace, Spare, el sobre de Monolulu: todo persistía como un murmullo en los márgenes de su conciencia. El Gran Cuando no es un lugar ni un momento, sino una herida abierta en la continuidad de las cosas. Y mientras Londres sigue su curso indiferente, Dennis comprende que, aunque uno cierre los ojos, hay grietas que nunca dejan de mirar.

Leer El Gran Cuando es adentrarse en una Londres que respira por fisuras temporales, donde lo mágico y lo marginal coexisten con una naturalidad inquietante. Alan Moore demuestra, una vez más, que su genio no se limita a las viñetas: su prosa es densa, musical, cargada de símbolos y capas ocultas. Con la destreza de un verdadero alquimista del lenguaje, Moore construye una narrativa que desafía las convenciones del realismo, al tiempo que retrata con agudeza los rincones más oscuros del alma humana. Es una obra que exige entrega, pero que recompensa con una experiencia literaria única y profundamente transformadora.

Dark City y la arquitectura del olvido: una alegoría del sujeto posmoderno

 

A finales de los años noventa surgió una inquietud recurrente en el cine, la literatura y el arte: ¿y si la realidad no fuera más que una simulación, y nosotros simples intérpretes dentro de una narrativa controlada por una entidad superior o narrador omnisciente que juega el rol de divinidad inalcanzable? Esta pregunta tomó cuerpo en películas como The Truman Show y Dark City, hasta culminar, un año después, en The Matrix, epítome del ciberpunk y destilación distópica del desencanto posmoderno frente a los grandes relatos. Entre ellas, Dark City funciona como un puente: comparte con Truman Show el extrañamiento del protagonista ante una realidad fabricada, y anticipa la rebelión ontológica de Matrix. En las tres, los personajes son acosados por una misma visión persistente: la urgencia de escapar. Pero, llegado el momento, cabe preguntar: ¿es la salida una auténtica liberación, o tan solo otra capa de simulación disfrazada de libertad?

El argumento central de Dark City gira en torno a John Murdoch, quien despierta sin memoria en una bañera, dentro de una habitación sombría. Allí, junto al cadáver de una mujer brutalmente asesinada, comienza su huida —y con ella, una angustiosa búsqueda por reconstruir su identidad, entender una misteriosa visión del mar y desentrañar los secretos de la ciudad en la que habita. Aunque la premisa puede parecer conocida, su tratamiento visual y narrativo no lo es: el film bebe del cine negro clásico, sumergiendo su relato en una atmósfera cargada de sombras, neblina y melancolía. En esta estética reconocemos ecos de Casablanca o El Halcón Maltés: calles húmedas, luces oblicuas, y la figura del antihéroe en gabardina que, como un Bogart perdido en la distopía, deambula entre aliados ambiguos y fuerzas opacas que manipulan el tablero desde las sombras. Aquí, el noir no es solo estilo: es una clave para leer el dilema existencial de Murdoch y la ciudad misma

John descubre que la ciudad está bajo el control de Los Extraños, una secta enigmática y siniestra que vigila desde las sombras, obsesionada con descubrir qué es lo que realmente define al ser humano. Con una apariencia que recuerda a los cenobitas de Hellraiser, estas figuras pálidas y espectrales operan con una lógica ajena a la moral o la empatía. Persiguen a Murdoch porque es el único que ha resistido la implantación artificial de recuerdos, convirtiéndose en una amenaza para la continuidad de su experimento. Cada noche, justo a la medianoche, Los Extraños detienen el tiempo: la ciudad se congela, los habitantes duermen profundamente, y ellos reconfiguran el entorno, modifican las identidades, intercambian memorias y transforman los escenarios urbanos. Su propósito: observar cómo reaccionan los humanos ante realidades cambiantes, buscando en esos destellos involuntarios la chispa de lo que llaman “alma”.

La idea central de Dark City gira en torno a la amnesia, entendida como una metáfora del hombre alienado: una existencia donde la memoria, el deseo y la identidad han sido intervenidos por una voluntad externa. La ciudad se presenta como un espacio vigilado, moldeado cada noche por Los Extraños, mientras sus habitantes viven vidas prestadas, rutinas impuestas, sueños implantados. En este contexto, la noche simboliza una conciencia en letargo, y la ciencia —lejos de ser liberadora— se convierte en herramienta de dominación. Estas dinámicas permiten trazar conexiones con Michel Foucault, quien analizó cómo el poder se ejerce no solo sobre los cuerpos, sino sobre las almas, a través de la producción de saberes, discursos y subjetividades. También resuena con Fredric Jameson y su visión de la posmodernidad como una era donde el pasado se reescribe o se borra, haciendo casi imposible cualquier forma de resistencia histórica. Finalmente, Los Extraños encarnan lo que Jacques Derrida llamó el “mal de archivo”: ellos deciden qué se recuerda, qué se olvida, qué historias de amor existieron y qué traumas persisten, convirtiéndose en archivistas oscuros de una realidad maleable.

Dark City no solo es una película de ciencia ficción con tintes noir: es una reflexión perturbadora sobre la identidad, la memoria y la naturaleza construida de la realidad. En una época marcada por la ansiedad posmoderna, donde las certezas se diluyen y la verdad parece una ficción más, el film propone una alegoría oscura del sujeto contemporáneo: manipulado, vigilado y desplazado de su propio centro. Pero también abre una grieta de posibilidad. En la resistencia de John Murdoch, en su negativa a aceptar una vida fabricada, se asoma la pregunta incómoda pero necesaria: si todo ha sido impuesto, ¿qué significa realmente ser libre? Dark City nos enfrenta, como espectadores, al laberinto de la conciencia en un mundo donde hasta los recuerdos pueden ser diseñados, y nos invita a sospechar de toda narrativa que se nos presenta como inmutable.



Alan Moore y la Alquimia del Caos: El Gran Cuando, Nocturna ediciones, 2025

¿Qué podría ocurrir si cayera en tus manos un libro inexistente, capaz de revelar una realidad subyacente y desencadenar el caos? Esa es la ...