Las abejas, como tantas otras especies,
cumplen una función vital: la polinización. Sin ellas, buena parte de nuestro
paisaje cotidiano —el verde que nos rodea, la fruta que comemos, las flores que
admiramos— no existiría. Este dato biológico, simple y devastador, se convierte
en el eje simbólico de Bugonia (2025), la más reciente película de
Yorgos Lanthimos, donde el delirio conspirativo se funde con la observación
quirúrgica de la conducta humana.
Teddy, un apicultor y empleado de la
corporación Auxolith, está convencido de que los extraterrestres controlan el
planeta. Convince a su primo Don —un joven en el espectro autista— de que la
disminución de las abejas es culpa de los alienígenas. Juntos deciden
secuestrar a la CEO de la empresa, a quien Teddy considera una andromedana
infiltrada. Su plan es simple y absurdo a la vez: llevarla ante su emperador
intergaláctico para salvar a la humanidad de la extinción.
En manos de Lanthimos, este argumento que podría ser parodia de Expediente X se transforma en un espejo incómodo de nuestra era paranoica. Bugonia no se burla del fanatismo, sino que lo contempla con una precisión inquietante. La cámara no juzga a Teddy; lo observa, lo sigue, lo encierra en planos fijos donde el delirio parece, por momentos, una forma superior de lucidez. Como en sus filmes anteriores —Dogtooth, The Killing of a Sacred Deer, Poor Things—, Lanthimos trabaja sobre el filo entre lo racional y lo irracional, entre el deseo de control y el miedo a perderlo todo.
Paranoia
reciclada: de Corea a Andrómeda
La trama de Bugonia proviene del film coreano Save the Green Planet! (2003) de Jang Joon-Hwan, pero Lanthimos reinterpreta el material con una lógica más glacial, menos explosiva y más interior. En la película original, Byung-hu —el protagonista— secuestra a su jefe convencido de que es un alienígena de Andrómeda; en Bugonia, la paranoia se sofistica: el enemigo ya no es un hombre cualquiera, sino una ejecutiva brillante que encarna el poder corporativo global, esa abstracción que gobierna el planeta sin rostro visible.
El cambio no es menor. En Jang Joon-Hwan la
locura es colorida, grotesca, casi carnavalesca; en Lanthimos, es metódica,
burocrática, limpia. Su locura tiene la textura de un informe corporativo o de
un algoritmo. El horror proviene de la lógica, no del caos. La frialdad
estética del director griego refuerza la idea de que el fanatismo no está
afuera —en las sectas, los complots o las redes— sino dentro del sistema que
produce la ilusión de racionalidad.
Bugonia es, en ese
sentido, una parábola sobre la era del control informativo. Teddy representa la
necesidad de creer en algo que dé sentido al colapso ambiental y moral del
mundo. Su delirio extraterrestre es apenas una forma más de religiosidad en
tiempos de saturación. Lanthimos filma su fe como una enfermedad que se propaga
en silencio, con la misma lógica con la que desaparecen las abejas:
imperceptible, progresiva, irreversible.
Emma Stone
y Jesse Plemons: dos polos del mismo abismo
En este universo de ambigüedad, Emma Stone y Jesse Plemons emergen como polos opuestos y complementarios: fuerzas irresistibles que encarnan la tensión entre fanatismo y racionalidad, emoción y cálculo.
Stone —ya musa absoluta de Lanthimos tras The
Favourite y Poor Things— interpreta a la CEO secuestrada con una
mezcla de serenidad y amenaza. Su presencia domina cada plano: un rostro
impenetrable que parece conocer el secreto del universo. En sus gestos mínimos
se condensa el misterio de la autoridad. ¿Es una víctima o una manipuladora?
¿Una humana o una entidad superior? Stone logra que cada palabra suene como si
ocultara una revelación. Su actuación se mueve en la frontera entre lo divino y
lo empresarial, y su aparente frialdad se convierte en un lenguaje de poder.
Plemons, en cambio, encarna el fanatismo desde
la lógica: un hombre que necesita creer en algo, aunque sea absurdo, para no
colapsar ante la falta de sentido. Su Teddy es un creyente desesperado, pero
también un hombre metódico, obsesionado con los datos y las señales. En él, la
racionalidad se ha contaminado de fe; el pensamiento científico se ha vuelto
ritual. Plemons traduce ese conflicto con un trabajo corporal impresionante: su
quietud transmite angustia, su mirada es la de alguien que ha visto una verdad
imposible de soportar.
Entre ambos se establece una tensión casi cósmica. Sus escenas son combates silenciosos entre el control y el delirio, entre el poder de quien sabe demasiado y el miedo de quien no puede dejar de creer. Lanthimos los filma como si fueran dos fuerzas de la naturaleza encerradas en un laboratorio: observadas, medidas, enfrentadas hasta el agotamiento. El resultado es una coreografía de poder y desesperación que define el tono del film.
La fe como
programación
Bugonia lleva a su
extremo una de las obsesiones centrales del cine de Lanthimos: la fe como forma
de programación. En su universo, los personajes no piensan, sino que obedecen;
no aman, sino que repiten; no viven, sino que ensayan comportamientos
prescritos. Aquí, la conspiración extraterrestre es solo el disfraz de una
verdad más inquietante: todos estamos atrapados en narrativas ajenas,
obedeciendo sistemas de creencia tan rígidos como absurdos.
El director filma esta idea con su
característico tono quirúrgico: la cámara inmóvil, los encuadres simétricos, el
diálogo plano y casi inhumano. Todo parece diseñado para que el espectador
sienta que está observando un experimento. Y en cierto modo lo está: Lanthimos
examina cómo la razón, cuando se despoja de empatía, se convierte en una forma
de fanatismo tan peligrosa como la locura que pretende erradicar.
Ficción y
delirio: espejos de lo real
Al final, Bugonia nos deja con una
pregunta que resuena más allá del cine: ¿qué diferencia hay entre creer en una
conspiración y creer en la realidad oficial? ¿Dónde termina la razón y comienza
la fe?
El film no ofrece respuestas, sino sensaciones: una mezcla de incomodidad y
fascinación, de risa y miedo. Como las abejas que desaparecen sin dejar rastro,
nuestras certezas también se desvanecen.
Emma Stone, con su ambigüedad casi divina, y
Jesse Plemons, con su fanatismo contenido, se convierten en los vectores de ese
desmoronamiento. Lanthimos los enfrenta como si fueran dos reflejos del mismo
espejo: la mente que busca sentido y el cuerpo que lo padece.
Quizá por eso Bugonia sea, ante todo,
una película sobre la memoria y la ficción. Creemos en las historias que nos
cuentan no porque sean verdad, sino porque necesitamos que lo sean. Vamos al
cine para escapar de la realidad, pero salimos con la sospecha de que esas
ficciones son la realidad misma: el recordatorio de que nuestra especie —como
las abejas— solo sobrevive mientras siga creyendo en algo, incluso si ese algo
viene de Andrómeda.